Habitante Inconcluso
Hernán Viluñir
Card image cap

En sueños somos habitantes inconclusos, que resbalamos en el vaso del olvido

La escena se abre en un bar. Dos amigos se encuentran después de un largo tiempo. Luego de hablar un rato piden una cerveza cada uno, fuman un cigarrillo. Ambos sostienen el tiempo entre sus manos, tienen algo que hacer, cada uno parte a un lado distinto. La cerveza como los cigarrillos quedan inconclusos sobre la mesa del bar. Era de noche, afuera nadie advertía sobre lo inconcluso del ser.
En la conversación inacabada la poesía seguía su tránsito, en su permanente acabamiento, en su urgente inconclusión, pues el poema como quien lo escribe se termina de construir con el desocupado lector. Queda claro, entonces, que los amigos siempre hablan de círculos que se abren y se cierran y, sin duda, se ven tal vez, enfrentados con aquellos círculos que habitan en la memoria que nunca se han cerrado y que esperan los momentos de término. En cambio existen los otros círculos trazados en la arena, aquellos que se abren, esos que buscan el clan de los afectos perdidos, el silencio oculto detrás de las palabras.
El momento exacto en la poesía nos dice, que no podemos bañarnos dos veces en el mismo poema.
Anterior a esto, los amigos se encontraban en Cañete, zona de frontera, de lugares habitables y de los no-lugares, de los viajes, de la lejanía, de las extrañezas, la distancia entre un hombre y una mujer, de las horas cautelosas, de las muchas veces que las palabras son un espejo para mirarnos en ellas. En aquella vez se acompañaban de vino tinto mezclado con coca-cola y cigarrillos fronterizos. En ese encuentro nada quedaba inacabado. Sólo se abría el círculo, nacía el habitante inconcluso pero comenzaba el exilio, la salida de la Comarca, del lugar donde todos llegan, después de desatar antiguos vínculos. Territorio del refugio de los años.
Pero hay viajes, dicen los amigos, cuyo destino es perderse, como las palabras anteriores o posteriores a su destinatario o imágenes que saltan de un lado a otro de la visión. Viajes que nos dejan cerca o nos alejan de nuestro centro. Ellos beben junto a un contrabandista de música y libros, concuerdan que deben recorrer también lugares, señales sin código, buscando mensajes envueltos por otros mensajes, gestos que chocan contra la pared, donde nos volvemos muchas veces sobre nosotros mismos, como un caracol abandonado. Pero, como poetas, saben que toda pérdida es el pretexto de un hallazgo. De ahí el sentido de los viajes.
En el fondo de la búsqueda que nos hace salir de nuestro lugar domiciliario, de la seguridad, yace la idea de que aunque no existiera nada, en la dimensión del lenguaje y del hombre, se encuentra el verdadero sentido de los viajes: buscar los mensajes y los pasos perdidos; ellos buscan siempre a quien deben encontrarlos.
“Muchas veces vestido de lluvia, mordiendo la madrugada” el habitante inconcluso se busca en la extrañeza, sale de su entorno de origen, del lugar donde sembraron su placenta, para salir al no-lugar, a la extrañeza, al exilio de la palabra, con la urgente necesidad de revelar lo no-dicho, lo que se encuentra en el revés de las cosas.
El acto poético vive en las zonas del margen donde se construye la escritura, en silencio, en la posibilidad de no seguir inédito, cuando se retorna a los lugares, donde la poesía hace los espacios habitables.
El poeta enfrentado a su propio tránsito, al eterno retorno de los lugares de sus afectos.
Habitar la inconlusión, nos lleva a la posibilidad del encuentro con nosotros mismos, experiencia que activan los viajes, pues cada vez que llegamos a un nuevo lugar, se nos abre una zona desconocida. Sabemos que existen lugares que aún esperan nuevos nombres, segundos nacimientos.
La única certeza que tenemos como habitantes inconclusos, es que estamos ciertos, que en la poesía existen sólo dos viajes. No hay otras posibilidades: el viaje solar y el lunar. En ellos se mide la lucidez del poeta. Luego hay que optar por el perfume o lo oculto.
El mundo siempre se mueve en una metáfora incompleta. Y se mide en él.
La poesía comienza con las imágenes truncas.
En el viaje solar se busca la luz, lo sagrado de la memoria, en su recorrido se dan momentos de exaltación, la mayoría de las veces la bitácora de estos viajes nos dejan registros de una poesía elegiaca, naturalista con el ímpetu de trascendencia como sujetos. No es el caso del testimonio del recorrido que deja el habitante inconcluso, pues su tránsito se dirige hacia el viaje lunar, el de la poesía moderna, que dialoga muchas veces con la espiral de la tragedia, es el viaje que conduce también al hades, a los no-lugares, al sitio donde es posible encontrarse como dice el autor “Con la lluvia que resbala de los sueños/ Intermitente entre papeles marchitos y la luna estacionada/ en un vaso de olvido”.
El viajero que inicia y concluye este viaje, sabe que el hombre en el poema es un espacio por construirse, tiene también en sí una sustancia inacabada “una mesa puesta frente a su espejo”. Insiste que de nada sirve el camino a la contraluz, si ello no nos lleva a algún nacimiento, de ahí la necesidad de seguir buscando lugares, la narrativa inconclusa.
Somos seres inconclusos porque siempre buscamos lugares donde construirnos. Pero desde el exilio y armado de la palabra se retorna montado sobre el canto de los antiguos, sin el mayor miedo a la soledad y ahí, encontramos un punto de modulación: no tenemos la certeza, si los viajes tienen en realidad un propósito, el buscarlos constituye su sentido. “Mirando el camino se distingue/ cuanto de aquello fue recorrido/ y cuanto de esto por recorrer”, siempre seremos seres inacabados que abrimos y cerramos círculos en la memoria, lo importante es darnos cuenta, a que altura de nuestros puntos de partida, después de terminar nuestro camino en espiral, se encuentra nuestro corazón, solo ahí el amigo después de dejar el vaso de cerveza y su cigarrillo inconcluso dice “el silencio / parirá / lo que nos falta/ en la palabra”.

Extracto prólogo de Bernardo Colipán

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Habitante Inconcluso
Hernán Viluñir

En sueños somos habitantes inconclusos, que resbalamos en el vaso del olvido

La escena se abre en un bar. Dos amigos se encuentran después de un largo tiempo. Luego de hablar un rato piden una cerveza cada uno, fuman un cigarrillo. Ambos sostienen el tiempo entre sus manos, tienen algo que hacer, cada uno parte a un lado distinto. La cerveza como los cigarrillos quedan inconclusos sobre la mesa del bar. Era de noche, afuera nadie advertía sobre lo inconcluso del ser.
En la conversación inacabada la poesía seguía su tránsito, en su permanente acabamiento, en su urgente inconclusión, pues el poema como quien lo escribe se termina de construir con el desocupado lector. Queda claro, entonces, que los amigos siempre hablan de círculos que se abren y se cierran y, sin duda, se ven tal vez, enfrentados con aquellos círculos que habitan en la memoria que nunca se han cerrado y que esperan los momentos de término. En cambio existen los otros círculos trazados en la arena, aquellos que se abren, esos que buscan el clan de los afectos perdidos, el silencio oculto detrás de las palabras.
El momento exacto en la poesía nos dice, que no podemos bañarnos dos veces en el mismo poema.
Anterior a esto, los amigos se encontraban en Cañete, zona de frontera, de lugares habitables y de los no-lugares, de los viajes, de la lejanía, de las extrañezas, la distancia entre un hombre y una mujer, de las horas cautelosas, de las muchas veces que las palabras son un espejo para mirarnos en ellas. En aquella vez se acompañaban de vino tinto mezclado con coca-cola y cigarrillos fronterizos. En ese encuentro nada quedaba inacabado. Sólo se abría el círculo, nacía el habitante inconcluso pero comenzaba el exilio, la salida de la Comarca, del lugar donde todos llegan, después de desatar antiguos vínculos. Territorio del refugio de los años.
Pero hay viajes, dicen los amigos, cuyo destino es perderse, como las palabras anteriores o posteriores a su destinatario o imágenes que saltan de un lado a otro de la visión. Viajes que nos dejan cerca o nos alejan de nuestro centro. Ellos beben junto a un contrabandista de música y libros, concuerdan que deben recorrer también lugares, señales sin código, buscando mensajes envueltos por otros mensajes, gestos que chocan contra la pared, donde nos volvemos muchas veces sobre nosotros mismos, como un caracol abandonado. Pero, como poetas, saben que toda pérdida es el pretexto de un hallazgo. De ahí el sentido de los viajes.
En el fondo de la búsqueda que nos hace salir de nuestro lugar domiciliario, de la seguridad, yace la idea de que aunque no existiera nada, en la dimensión del lenguaje y del hombre, se encuentra el verdadero sentido de los viajes: buscar los mensajes y los pasos perdidos; ellos buscan siempre a quien deben encontrarlos.
“Muchas veces vestido de lluvia, mordiendo la madrugada” el habitante inconcluso se busca en la extrañeza, sale de su entorno de origen, del lugar donde sembraron su placenta, para salir al no-lugar, a la extrañeza, al exilio de la palabra, con la urgente necesidad de revelar lo no-dicho, lo que se encuentra en el revés de las cosas.
El acto poético vive en las zonas del margen donde se construye la escritura, en silencio, en la posibilidad de no seguir inédito, cuando se retorna a los lugares, donde la poesía hace los espacios habitables.
El poeta enfrentado a su propio tránsito, al eterno retorno de los lugares de sus afectos.
Habitar la inconlusión, nos lleva a la posibilidad del encuentro con nosotros mismos, experiencia que activan los viajes, pues cada vez que llegamos a un nuevo lugar, se nos abre una zona desconocida. Sabemos que existen lugares que aún esperan nuevos nombres, segundos nacimientos.
La única certeza que tenemos como habitantes inconclusos, es que estamos ciertos, que en la poesía existen sólo dos viajes. No hay otras posibilidades: el viaje solar y el lunar. En ellos se mide la lucidez del poeta. Luego hay que optar por el perfume o lo oculto.
El mundo siempre se mueve en una metáfora incompleta. Y se mide en él.
La poesía comienza con las imágenes truncas.
En el viaje solar se busca la luz, lo sagrado de la memoria, en su recorrido se dan momentos de exaltación, la mayoría de las veces la bitácora de estos viajes nos dejan registros de una poesía elegiaca, naturalista con el ímpetu de trascendencia como sujetos. No es el caso del testimonio del recorrido que deja el habitante inconcluso, pues su tránsito se dirige hacia el viaje lunar, el de la poesía moderna, que dialoga muchas veces con la espiral de la tragedia, es el viaje que conduce también al hades, a los no-lugares, al sitio donde es posible encontrarse como dice el autor “Con la lluvia que resbala de los sueños/ Intermitente entre papeles marchitos y la luna estacionada/ en un vaso de olvido”.
El viajero que inicia y concluye este viaje, sabe que el hombre en el poema es un espacio por construirse, tiene también en sí una sustancia inacabada “una mesa puesta frente a su espejo”. Insiste que de nada sirve el camino a la contraluz, si ello no nos lleva a algún nacimiento, de ahí la necesidad de seguir buscando lugares, la narrativa inconclusa.
Somos seres inconclusos porque siempre buscamos lugares donde construirnos. Pero desde el exilio y armado de la palabra se retorna montado sobre el canto de los antiguos, sin el mayor miedo a la soledad y ahí, encontramos un punto de modulación: no tenemos la certeza, si los viajes tienen en realidad un propósito, el buscarlos constituye su sentido. “Mirando el camino se distingue/ cuanto de aquello fue recorrido/ y cuanto de esto por recorrer”, siempre seremos seres inacabados que abrimos y cerramos círculos en la memoria, lo importante es darnos cuenta, a que altura de nuestros puntos de partida, después de terminar nuestro camino en espiral, se encuentra nuestro corazón, solo ahí el amigo después de dejar el vaso de cerveza y su cigarrillo inconcluso dice “el silencio / parirá / lo que nos falta/ en la palabra”.

Extracto prólogo de Bernardo Colipán

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Lorenza Romero (20 Abr 2020) —Quiero leerlo.