La Rebelión de la Patagonia
Imágenes y testimonios del levantamiento popular de la Región de Aysén (febrero–marzo del 2012)
José Luis M. Valdivia - Daniel Fauré - Javier Karmy
Card image cap

El fuego era uno solo que se encendía en diferentes corazones, cruzaba cada villa, cada pueblo y cada ciudad de la prístina Patagonia. El sentirse postergados del centro político por años junto a varios años de promesas incumplidas, fue lo que encendió cada gota de sangre que se incendió con el chispazo de pólvora que implicó la tramitación de la denominada Ley Longueira, una verdadera agresión a los pescadores artesanales que vieron amenazado su mar en cada paso que daba el depresivo ministro de la UDI por los pasillos del Congreso.
Ya con el mar encendido, en tierra se prendieron los otros fuegos que se unieron en once puntos que la Región de Aysén presentó en el petitorio único del Movimiento “Tú problema es mi problema”. El fuego entró desde el mar por fiordos, costas, ríos y glaciares permeando cada terruño mojado y fértil de la húmeda Patagonia. Entonces, levantamiento popular, rebelión e insurrección. Las piedras cruzaron el cielo mojado, las calaminas se transformaron en escudos contra lacrimógenas y balines quita ojos. Vecinos y vecinas se incorporaron en diferentes funciones a combatirle al Estado: cocineras de las ollas comunes, recolectores de agua para apagar lacrimógenas, equipos de salud que recorrían las calles levantando y animando a sus vecinos, luchadores en primera fila del combate contra las Fuerzas Especiales de Carabineros en el disputado Puente Presidente Ibáñez y en las barricadas que a lo largo de la Carretera Austral se levantaron para bloquearles el camino… y así, infinitas funciones que hicieron que la batalla pareciera equilibrada.
Por tierra y por mar llegó la orden santiaguina de utilizar toneladas de represión para controlar a los insurrectos ciudadanos que desbordaban al gobierno del empresario Sebastián Piñera. Así cruzaron perdigones ilegales que rompieron la piel y los ojos de innumerables patagones; la lluvia esparció la sangre de los heridos que caían en el combate contra las rocas de la burocracia; el hospital colapsado, pero no de heridos, sino de uniformados que como sabuesos buscaban detener a los manifestantes; muchos conocieron esas máquinas de guerra hechas solo para reprimir con químicos venenosos que se llaman guanacos, así como su acompañante zorrillo; ministros y subsecretarios mintiendo para evitar sentarse a dialogar en un liceo con la gente; un ministro caído en el intento por dilatar negociaciones sin ninguna voluntad; la radio Santa María liberando las noches más oscuras de la represión; la Ley de Seguridad Interior del Estado utilizada para criminalizar a 22 personas que respiraban, pensaban, actuaban y amaban como todos solo por ser parte del multitudinario movimiento; y la vergonzosa entrada a La Moneda de algunos dirigentes para negociar el funeral del movimiento.
Así, entre una insurrecta patagonia y la máquina de represión Estatal, las organizaciones, colectivos, agrupaciones y personas sostuvieron comunitariamente el fuego ardiente de la resistencia que perduró con el cielo abierto cuarenta días y cuarenta noches. Con ese fueguito, la vida misma desbordó a la institucionalidad estatal, y simplemente el control fue patagón. La antigua Trapananda –nombre ancestral del territorio– respiró a su propio ritmo liberándose de los muros estatales. Y entonces, minuto tras minuto, hora tras hora y día tras día, el sueño de vivir de otro modo simplemente se vivió fugaz e intensamente. Cada día que pasaba era una demostración de que la gente por sí misma puede vivir, convivir, respirar, alimentarse, sanarse, caminar e, incluso amarse libremente sin tener al estado y su burocracia represiva encima.
Por eso Editorial Quimantú libera en colores este trozo de historia. Porque es imprescindible escribir la humedad de la rebelión austral, sobre todo cuando estos conflictos se enmarcan en la búsqueda permanente por encontrar una salida a este sistema que nos oprime. Más allá de sus resultados inmediatos, lo realmente valioso es saber que se intenta una y otra vez, que no estamos solos intentándolo, y que seguiremos intentándolo tantas veces como sean necesarias, pues entendemos que no hay que desistir en este intento cotidiano… y la memoria nos ayuda a tener más herramientas en las próximas rebeliones que vienen.

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La Rebelión de la Patagonia
Imágenes y testimonios del levantamiento popular de la Región de Aysén (febrero–marzo del 2012)
José Luis M. Valdivia - Daniel Fauré - Javier Karmy

El fuego era uno solo que se encendía en diferentes corazones, cruzaba cada villa, cada pueblo y cada ciudad de la prístina Patagonia. El sentirse postergados del centro político por años junto a varios años de promesas incumplidas, fue lo que encendió cada gota de sangre que se incendió con el chispazo de pólvora que implicó la tramitación de la denominada Ley Longueira, una verdadera agresión a los pescadores artesanales que vieron amenazado su mar en cada paso que daba el depresivo ministro de la UDI por los pasillos del Congreso.
Ya con el mar encendido, en tierra se prendieron los otros fuegos que se unieron en once puntos que la Región de Aysén presentó en el petitorio único del Movimiento “Tú problema es mi problema”. El fuego entró desde el mar por fiordos, costas, ríos y glaciares permeando cada terruño mojado y fértil de la húmeda Patagonia. Entonces, levantamiento popular, rebelión e insurrección. Las piedras cruzaron el cielo mojado, las calaminas se transformaron en escudos contra lacrimógenas y balines quita ojos. Vecinos y vecinas se incorporaron en diferentes funciones a combatirle al Estado: cocineras de las ollas comunes, recolectores de agua para apagar lacrimógenas, equipos de salud que recorrían las calles levantando y animando a sus vecinos, luchadores en primera fila del combate contra las Fuerzas Especiales de Carabineros en el disputado Puente Presidente Ibáñez y en las barricadas que a lo largo de la Carretera Austral se levantaron para bloquearles el camino… y así, infinitas funciones que hicieron que la batalla pareciera equilibrada.
Por tierra y por mar llegó la orden santiaguina de utilizar toneladas de represión para controlar a los insurrectos ciudadanos que desbordaban al gobierno del empresario Sebastián Piñera. Así cruzaron perdigones ilegales que rompieron la piel y los ojos de innumerables patagones; la lluvia esparció la sangre de los heridos que caían en el combate contra las rocas de la burocracia; el hospital colapsado, pero no de heridos, sino de uniformados que como sabuesos buscaban detener a los manifestantes; muchos conocieron esas máquinas de guerra hechas solo para reprimir con químicos venenosos que se llaman guanacos, así como su acompañante zorrillo; ministros y subsecretarios mintiendo para evitar sentarse a dialogar en un liceo con la gente; un ministro caído en el intento por dilatar negociaciones sin ninguna voluntad; la radio Santa María liberando las noches más oscuras de la represión; la Ley de Seguridad Interior del Estado utilizada para criminalizar a 22 personas que respiraban, pensaban, actuaban y amaban como todos solo por ser parte del multitudinario movimiento; y la vergonzosa entrada a La Moneda de algunos dirigentes para negociar el funeral del movimiento.
Así, entre una insurrecta patagonia y la máquina de represión Estatal, las organizaciones, colectivos, agrupaciones y personas sostuvieron comunitariamente el fuego ardiente de la resistencia que perduró con el cielo abierto cuarenta días y cuarenta noches. Con ese fueguito, la vida misma desbordó a la institucionalidad estatal, y simplemente el control fue patagón. La antigua Trapananda –nombre ancestral del territorio– respiró a su propio ritmo liberándose de los muros estatales. Y entonces, minuto tras minuto, hora tras hora y día tras día, el sueño de vivir de otro modo simplemente se vivió fugaz e intensamente. Cada día que pasaba era una demostración de que la gente por sí misma puede vivir, convivir, respirar, alimentarse, sanarse, caminar e, incluso amarse libremente sin tener al estado y su burocracia represiva encima.
Por eso Editorial Quimantú libera en colores este trozo de historia. Porque es imprescindible escribir la humedad de la rebelión austral, sobre todo cuando estos conflictos se enmarcan en la búsqueda permanente por encontrar una salida a este sistema que nos oprime. Más allá de sus resultados inmediatos, lo realmente valioso es saber que se intenta una y otra vez, que no estamos solos intentándolo, y que seguiremos intentándolo tantas veces como sean necesarias, pues entendemos que no hay que desistir en este intento cotidiano… y la memoria nos ayuda a tener más herramientas en las próximas rebeliones que vienen.

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