Agradecer más allá de los límites del tiempo

Este texto, este documento, esta investigación, autobiografía, ensayo periodístico, esta manera de contar y de contarse, esta denuncia abierta, esta manera de hacer memoria, este libro documental, es una escritura difícil de fijar. No sólo porque desafía los límites de los géneros literarios, desatándose con libertad sobre el papel, sino que también, porque traspasa las fronteras del tiempo sumergiéndose en la memoria de nuestro pasado reciente para desde ahí sostener, abrigar las preguntas del presente.

Este texto de Martín Almada nos lleva a los laberintos oscuros de los tiempos del terror, a aquellos callejones por los cuales miles de latinoamericanos transitaron hacia la muerte, entre ellos el propio autor y sus afectos. Un relato que es invitación permanente a viajar por los senderos de la traición, del abuso, la tortura, la desaparición, un viaje hacia el complejo tejido de la conspiración, del complot, un transitar por el terrorismo de Estado que no sólo planificó la muerte de miles, sino que también y con ello, la vida de millones. Un acto de coraje y porfía que no permite olvidar los gestos de solidaridad, esos que le ayudaron a resistir y a buscar de manera porfiada aquellas verdades que se pretendieron enterrar, silenciar, archivar. Gestos solidarios, acciones colectivas que lo llevaron finalmente a encontrar el nido del Cóndor en las tristes tierras rojas del Paraguay.

“No hay secreto que el tiempo no revele”, dice Martín. Para nosotros sin embargo el tiempo por si solo es tiempo muerto, porque el tiempo ha de requerir de la acción decidida de los hombres y mujeres que en todo momento y lugar se disponen a la defensa de la vida por sobre la barbarie del poder, para tener sentido y razón. Así, este libro y tu experiencia nos regala la intensidad de un tiempo hecho acción y palabra.

Por ese develar, hijo de tus gestos, por ese tiempo de trabajo incansable, por esa infinita capacidad de amar-luchar emergen estas letras, que temblorosas, agradecen esta Venganza de la Historia.

“Escribir es un acto de vanidad si no es para el amigo”, dicen por ahí, y esta investigación, este contar, esta Venganza, está llena de afecto. Como nuestro pasado no puede ser todo nuestro presente, este texto no se permite el lugar único de la nostalgia, por el contrario, nos desafía, nos llena de preguntas, interroga el presente en cada una de sus memorias. Porque hoy seguimos siendo testimonio vivo de este infierno de la paz y del progreso, porque hoy al igual que ayer, hay quienes pagamos con la vida el precio de la paz.

 

Pasado presente y viceversa

El grupo de teatro Yuyashkany del Perú, que en quechua quiere decir “estoy pensando, estoy recordando”, cumplió en estos días 45 años de vida colectiva. Muchos de sus miembros, hombres y mujeres, hablan quechua, otros comparten los idiomas de la selva. Su búsqueda por conectar el presente con el pasado ha sido ardua e incansable. Hace unos años tuvimos la ocasión de compartir con ellos y ellas, y una de las cosas que más nos llamó la atención fue la cosmovisión que en el altiplano tienen respecto del tiempo. Para esos habitantes de las altas cumbre de América, el presente está adelante, es el tiempo que podemos mirar, revisar; mientras que el futuro, incierto, se instala misterioso a nuestras espaldas. Este libro de Martín Almada fue el gatillante de ese recuerdo, leerlo y releerlo fue como sujetar el pasado frente a mis ojos. Imágenes de tiempos no tan lejanos que no sólo daban cuenta del ayer, sino que nos ofrecían las claves para interrogar nuestro presente.

Porque cuando el texto nos cuenta que las dictaduras, como formas de gobierno, fueron impuestas en nuestro continente a partir del mandato de EE.UU, en complicidad con las élites cívico militares de América Latina; cuando señala que lo que buscaban era generar un conjunto de países sin confrontación de ideas y sin memoria; cuando nos habla de las Doctrinas de Seguridad Nacional implementadas por dichas dictaduras para el control y dominación de la población; cuando establece que la tortura se convirtió en una política de Estado, al igual que la desaparición de personas, para desarticular a las organizaciones políticas y sociales… ¿de qué nos está hablando, en cuál clave del tiempo nos sitúa? ¿Qué dice cuando señala que las dictaduras latinoamericanas establecieron todo un entramado de intervención sico-social, como herramienta de inteligencia para obtener información que permitiese implementar políticas de control y dominación eficientes y eficaces? ¿Qué grita cuándo establece que todo esto fue planificado para imponer a sangre y fuego el modelo neoliberal, la privatización de lo público, el control privado de los recursos naturales, en definitiva la entrega de nuestra soberanía? ¿Qué llora cuando dice que esto equivale a desangrar la patria y que el lema fue y sigue siendo “Mercado Total e Inseguridad Total”?

¿Es acaso este relato un ejercicio puramente historiográfico, es simplemente un conjunto de inferencias que el autor establece a partir de la información encontrada en los Archivos del Terror para intentar establecer una verdad histórica, una memoria fija, para saldar cuentas con el pasado, es esta acaso sólo una Venganza con el ayer?

El texto deja en evidencia que la política de Washington se caracteriza por sacarse de encima fácilmente a quién con el tiempo ya no le sirve y substituirlo por alguien que siga defendiendo sus intereses, entonces deja en evidencia que el término de las dictaduras en nuestro continente no fue un hecho casual y por tanto que las tan apreciadas democracias latinoamericanas sólo han sido una versión actualizada de la forma de dominación, una manera sofisticada y legal de gobernar-nos.

Es justamente el ayer, el que nos regala la pregunta por el presente. El presente por su parte nos permite subir al mirador de la memoria. Cuando este texto da cuenta de que el terror se instaló en el pasado para imponer en el hoy un modelo de pensamiento y acción, una forma de vida, entonces emerge la pregunta sobre cuál es ahora la manera que tenemos de vivirnos y habitarnos. Tal cúmulo de “esfuerzos”, tal “inversión” por parte de nuestros “protectores-dictadores”, tanta muerte planificada, tanto horror, no habrá sido para ser revocado al poco andar por algún capricho democrático, de libertad, de vida en común. Las preguntas refieren al presente, interrogan respecto de cuáles son las herencias dejadas por las dictaduras, más allá del miedo y el silencio. Cuáles son hoy los sistemas de dominación ofrecidos por las democracias latinoamericanas, sus vínculos con el mercado, como se articulan en el imperio de la ley, quienes nos gobiernan, cuáles son sus formas, sus maneras, sus lenguajes, sus intervenciones sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos, sus abusos, sus torturas, cuales son hoy los desaparecidos, donde están, dónde están hoy las redes de solidaridad. En síntesis, se trata de ver qué secretos develan estos archivos del terror para entender el presente. Cuál es hoy el vuelo del Cóndor.

Quizás entonces podamos volver a preguntarnos y reconocer nuestras maneras de resistir, cuáles son y dónde están nuestras porfías, nuestras luchas, nuestras maneras de ser y hacer, quizás podamos entonces preguntarnos sobre el cómo es que queremos vivir y vivirnos, pensar y pensarnos, recordar y amarnos.

 

El Cóndor sigue volando…

Hace un tiempo atrás, cuando estábamos estudiando con un grupo de amigos de nuestra población La Legua, Historia de América Latina, un profesor nos cuenta: “Muchos indígenas, al ver llegar a los españoles montados a caballo corrieron asustados, muchos otros se arrodillaron. Había llegado la bestia de dos cabezas que en muchos de sus pueblos vaticinaba destrucción y dolor”. No se equivocaban nuestros antiguos al sentir pavor de este visitante. El reinado de la bestia duraría muchos años, menos en todo caso que la cantidad de indígenas mutilados, asesinados y esclavizados, menos también que los pueblos destruidos, que las tierras saqueadas y usurpadas. La historia oficial de Chile nos ha contado una y otra vez que, a partir de los procesos de independencia, esta bestia de dos cabezas se vio obligada a retroceder gracias a la hidalguía y coraje de nuestras huestes independentistas.

Nos han hecho creer en todo momento que las motivaciones de esta casta militar criolla eran el sueño de una patria grande, liberada de las fauces de los colonizadores. Sin embargo, el repliegue de la bestia pocas libertades trajo al llamado bajo pueblo, menos por cierto a los pueblos indígenas que en nada vieron restituidas sus condiciones de habitantes primeros de estas tierras. Al leer este libro de Martín no pudimos dejar de imaginar a esta casta de “libertadores”, como la imagen de un pequeño Cóndor que comenzaba con ahínco a dar sus primeros aletazos. Como siempre la pregunta será quién nos salvará de nuestros salvadores. Así durante los largos años de consolidación del vuelo “independentista”, la tierra solo pasó de las manos de la corona a las manos de un pequeño número de familias que fueron cercando y alambrando la tierra y los afectos. Montañas, lagunas, bosques, hombres y mujeres, pasaron a ser desde entonces parte de su propiedad privada, privatizando con ello toda posibilidad de colectivizar el trabajo, la tierra y la vida. Fueron años en donde la infancia y la juventud del Cóndor se desplegó con plena soltura, afiló sus garras, agudizó la mirada, fortaleció la musculatura de sus alas, alimentándose del trabajo ajeno, ocupando el cuerpo ajeno como herramienta de trabajo. Años en los que afianzó lazos con bandadas de viejos Cóndores venidos desde el norte.

Así logró alzar su vuelo a media altura y desde ahí con la mirada atenta mantuvo en orden el Estado Nacional que había dispuesto. Pleno de vigor, en su etapa de máxima producción, vio su vuelo amenazado por aves migratorias. Unas venidas con vientos revolucionarios desde las costas del caribe, y otras, desde las lejanas tierras de la Europa del este. Movimientos extraños, cambios que podían terminar por expulsarlo de estas tierras, o peor aún, enjaular su hasta ahora impune vuelo. Las viejas alianzas con los grandes Cóndores del norte le exigían mantener el orden establecido. Planificaron entonces en conjunto la estrategia necesaria para lograr dicho objetivo. Anidó por un tiempo en la Escuela de las Américas, se especializó en tácticas de destrucción y aniquilamiento, dispuso de todos los recursos económicos y materiales para fortalecer y extender sus alas en todo el continente, desde la otra América entonces, una vez preparado, desplego la más oscura de las sombras sobre la América nuestra.

Fue el más aterrador de sus vuelos, batió sus alas con toda la fuerza acumulada en los años de la explotación y con hambre voraz, a ras de suelo, fue regando de sangre y horror toda América Latina, espantando cualquier posibilidad de respuesta, ahuyentando cualquier posibilidad de cohabitar la tierra con otras aves venidas de otras latitudes. Una oscuridad que habita aún en los corazones de sus gentes. Los Archivos del Terror, este libro de Martín, dan cuenta de manera detallada de este vuelo bajo, de esta hambre insaciable, la fuerza, voracidad e indolencia de este Cóndor cívico militar criollo comandado desde los EE.UU.

De esta experiencia el Cóndor obtuvo su estatura actual, un Cóndor maduro, silente, invisible y omnipresente gobierna tanto en el cielo como en la tierra. El Cóndor sigue volando, no hay duda, pero no es el mismo vuelo, hoy, sin sobresaltos, planea tranquilo, sin oposición, en las más altas cumbres del G20, del G9, de la OTAN, en las convenciones del grupo de Bilderborg. Un vuelo vigilante que ya no requiere descender ni matar, para gobernar. Para ello ha preparado enormes ejércitos de buitres y palomas. Los primeros, que a mediana altura nos mantienen endeudados, sometidos al arbitrio de sus intereses, aves de rapiña que gobiernan desde los grandes consorcios transnacionales. Los segundos, con sus trajes grises, burócratas de todas las especies, dirigentillos, configuran una horda de funcionarios públicos, aliados pedestres de vuelo bajo, que generan el marco jurídico y el sustento político para proteger los intereses del Cóndor y así, como todo cobarde, evitar con costo ajeno ser desangrado por sus garras y reemplazado por otro miserable espécimen de este despreciable palomar. Ahí va prometiendo justicia y equidad el mentiroso mensajero del terror, implementando en la tierra las voluntades y mandatos del ave mayor.

No hay duda, el Cóndor Sigue Volando, acompañado de buitres y palomas, vigilando, vigilando.

 

Plan de vuelo. Las estaciones del Cóndor y el Estado-mercado

Sin duda la imagen del Cóndor es de una potencia infinita, ave de carroña, se alimenta de la muerte. Así mismo los zarpazos del puma o los gorilas del Brasil regalan imágenes suficientemente fuertes como para justificar en la vida animal, la conducta salvaje del ser humano, quien no es capaz de hacerse cargo de su propia bestialidad.

Sin embargo, para no olvidar que estas brutalidades tienen olor humano, es que se vuelve fundamental distanciarse del Cóndor para acercarse al Plan. Es vital entender que todas estas formas de dominación por medio del terror y el dolor, desatadas en las dictaduras latinoamericanas, comenzaron a gestarse, tal como lo señala el libro, mucho antes de que los diferentes golpes de Estado se impusieran en nuestras tierras y sus consecuencias han traspasado por mucho las dictaduras, transiciones y democracias. Un plan de vuelo meticulosamente elaborado para generar efectos de corto, mediano y largo plazo.

En este sentido, al mirar hacia adelante y ver nuestro pasado, podemos identificar en el presente las diferentes formas de hacer y ejercer gobierno que se implementaron desde las dictaduras militares. Estaciones flotantes que, si bien mantuvieron las estrategias de dominación, fueron modificando sus tácticas, refinándolas, sofisticando sus métodos, sus modos, sus maneras.

Así transitamos del Terrorismo de Estado, por medio de asociaciones Ilícitas creadas para la persecución y desaparición de personas, como lo fue el Plan Cóndor, a la creación de asociaciones lícitas, legales y democráticas que con fines similares van anulando de manera sofisticada y mercantil aquellas inoportunas e incómodas formas de vida que tienen el descaro de intentar salirse de la sombra de sus alas.

El Estado Militar, que se imponía a sangre y fuego, dio paso a los Estados democráticos latinoamericanos que justificaron su violencia en el imperio de la ley, negándonos incluso la posibilidad de denuncia. Pasando así de asesinar a encarcelar. Una estación transitoria pero necesaria para generar el marco jurídico que permitiese alcanzar sin objeción el objetivo final: la creación del Estado Democrático de Mercado. Con una flexibilidad asombrosa, esta manera de gobernar mantiene bajo vigilancia y control cada movimiento, dispuesto a hacer de cada vestigio de resistencia un bien de consumo, una parte más del engranaje especulativo, matar y encarcelar es ahora un recurso de mal gusto, destinado sólo a los “terroristas” de turno. Para esta forma de gobierno todo puede ser rentable, incluso la obediente y ordenada disidencia.

Estamos frente a un Estado transnacional que nos ha robado incluso el lenguaje que daba forma y vida a nuestras pequeñas certezas, a nuestra frágil mística, a nuestros códigos de subversión. Hoy los valores se transan en la Bolsa, la confianza es un tema del mercado, la libertad el justificativo fundamental del exterminio y el terrorismo de Estado, la justicia una mera legalidad en las gargantas rasposas de los testaferros del poder, la muerte un ejercicio solitario, la vida un acto individual, las relaciones, los afectos un mero espacio instrumental entre el tú y el yo, desgastando cada vez más la posibilidad del nosotros. En esta última estación, hemos perdido el lenguaje y la memoria. El primero es pura confusión. Por su parte la memoria, que podría ayudarnos a encontrar algunas claridades perdidas, se encuentra cooptada en la oficialidad, en la institucionalidad de los cientos de museos que en su nombre se han levantado en toda América Latina y que, en muchos casos, dirigidos por palomas de poca jerarquía, han sido cómplices de las políticas de silenciamiento impuestas por estas miserables democracias. El destino final de los Archivos del Terror es el mejor ejemplo de aquello.

Una pandemia de alzheimer colectivo, el virus del olvido se esparció sobre la tierra. Esta es quizás la obra maestra de la última estación, pues dejaron la memoria fija para transformarla en una Verdad Histórica que se aleja de lo que fuimos, que se distancia de lo que somos, que nos silencia y nos ausenta. En este sentido, para la generación de nuestros padres hablar de los desaparecidos tiene relación con la materialidad del cuerpo, con aquellos amores a quienes nunca más pudimos encontrar, y por quienes seguimos y seguiremos preguntándonos ¿Dónde Están? Acompañamos y es nuestro también ese dolor y esa ausencia. Sin embargo, para nuestra generación existen también otros desaparecidos, los que abandonaron la lucha y con ello a todos y cada uno de nosotros, generaciones enteras huérfanas de sentido, de compañía, de compañeros y compañeras, huérfanos de esa experiencia, habitados de soledad e improvisación, frustrados de errores repetidos, naciendo de nuevo cada día, partiendo de cero cada vez. No hablamos aquí de los traidores, de aquellos que hoy amasan fortunas, controlan, reprimen y planifican sin pudor la arremetida brutal contra ese pueblo que otrora declaraban amar y defender, del que decían ser parte, de ese territorio humano al que declararon patria o muerte, que pasaron del avanzar sin tranzar, al tranzar sin parar. Esos, sabemos perfectamente donde están, no hablamos aquí de aquellos que hoy negocian con la vida, sino de los otros, de nuestros padres, de nuestras madres, de aquellos combatientes que pusieron el cuerpo y la vida y hoy se quedaron silenciados, ocultos, quizás por miedo, quizás por exceso de dolor y de tristeza, quizás todo atendible, respetable, pero que constituyen hoy nuestros desaparecidos. Para nuestra generación sigue siendo una pregunta el ¿DÓNDE ESTÁN? No nos conformamos con pensar que se escondieron en la comodidad de sus casas y que ahí se quedaron para disfrutar los domingos familiares en el mall, en la plaza, paseando al perro y viceversa, no queremos confirmar este sentimiento de abandono, esta pérdida, por eso nos seguimos preguntando ¿Dónde Están?

Una pregunta que hoy parece ir despejándose con las frágiles presencias que comienzan a transitar los caminos de nuestras actuales rebeldías. Este texto es parte de estas nuevas compañías, por eso se agradece, porque ayuda a respirar.

 

El gobierno del territorio y de las gentes. La guerra declarada. El caso de La Legua y de quienes pagamos hoy el precio de “su” paz

“Se acabó la Guerra, pero… ¿cuándo llega la paz?” se pregunta Ana Correa, cuando representa a una mujer que ha sido víctima de los 20 años de guerra interna en el Perú. ¿Cuándo y para quién? Nos preguntamos nosotros. Ese paraíso de orden y seguridad han de pagarlo los insatisfechos, los pobres, los desesperados, los enojados, los “terroristas”, los de siempre. Transformada SU PAZ en tácticas de pacificación, el Estado democrático de Mercado arremete nuevamente con toda su fuerza sobre nuestras vidas. Acá desde la población La Legua sabemos muy bien el precio de su paz.

Ubicada en el pericentro de Santiago de Chile, La Legua no sólo es una población popular con tradición de lucha y resistencia durante la dictadura, también es una población marginal hija de la pobreza, que ha aprendido en muchas partes a sobrevivir y a vivir más allá de lo que el imperio de la ley entiende como lo aceptable y permitido. Esta condición, ampliamente difundida por los medios de comunicación, le ha valido el ser considerada y señalada como un territorio crítico, un barrio peligroso, sumergido en una infinitud de formas de violencias que la muestran como un todo inhabitable, como un gueto del narcotráfico y la violencia armada. Una imagen exacerbada que sirve a los intereses del Estado Mercado, del Cóndor Mayor porque es justificador inequívoco de políticas de intervención estatal. De la misma manera en que se señala de “terrorista” a quien se pretende perseguir y eliminar, se habla de un territorio crítico cuando se le quiere transformar. Así, en nombre de la paz, del derecho o de los buenos ciudadanos se entrega carta blanca a los gobiernos para operar y desplegar toda la fuerza que consideren necesaria para “enfrentar dicha situación crítica” transformando así el territorio y la vida de sus habitantes.

Esta imagen fue la justificación perfecta para que el Estado de Chile implementara como experiencia piloto en La Legua, los llamados planes de intervención, que hoy se despliegan en más de 180 territorios llamados conflictivos. Sectores habitados de pobreza y rabia o de recursos naturales y materias primas. Un plan de intervención mandatado por los Cóndores Mayores, financiados por los buitres del FMI y del Banco Interamericano del Desarrollo y puesto en ejecución por una horda especializada de palomas, que poco se diferencia de aquellos implementados en las barriadas de Colombia, las favelas del Brasil, los barrios marginales de Ciudad de México. Como también se han implementado en los territorios indígenas de América Latina. Bien lo saben las comunidades Mapuche, del sur de Chile, a quienes les han usurpado sus tierras, sus formas de vida, incluso la vida misma.

Fue en el 2001 cuando Jorge Correa Sutil, subsecretario del Interior del presidente socialista Ricardo Lagos –quien además pretende re postularse a tan “honorable” cargo de gran paloma– señaló a los medios de prensa: “Vamos a demostrarle a los legüinos que el Estado ha vuelto”, es cierto, volvió y hemos pagado con creces su retorno. Estos quince años de intervención estatal han dejado claro que nuestras formas de vida se han vuelto inaceptable para quienes pretenden hacer del ejercicio de gobernar un proceso que homogeniza la vida, anula y niega cualquier forma que huela a diferencia.

La nuestra, por cierto, no es una condición particularmente pobre o violenta, no es muy diferente a la vida que puede darse y levantarse en las innumerables poblaciones pobres de la periferia de la ciudad. Pero La Legua tiene una característica importante, particular. Está ubicada a quince minutos del centro de Santiago. Los terrenos donde está emplazada han multiplicado exponencialmente su valor, y con ello, se han depreciado nuestras posibilidades de seguir viviendo dónde y cómo vivimos. La colusión Estado Mercado no se puede permitir el lujo de mantener a un puñado de pobres ocupando los valiosos suelos de la comuna de San Joaquín. Entonces se pone en marcha el plan y los funcionarios del Cóndor saben a esta altura hacer muy bien su trabajo. Hoy no es necesario matar, los que se quieran sumar a la “paz y el progreso” bienvenidos, los que se resistan, los malos legüinos, tendrán que atenerse a las consecuencias, a la pobreza, a ser revisados por la policía, a ser cargados con drogas, a ser encarcelados, a ver si en el encierro recapacitamos respecto de nuestra mala conducta.

Como hemos señalado, todo vuelo tiene su plan, en este caso es un plan de intervención. Se militarizó la población, fuimos sitiados por cerca de 72 policías fuertemente armados que durante las 24 horas del día, 7 días a la semana, “custodian” todas las entradas y salidas de La Legua. Se puso en marcha lo que las “autoridades” llaman “La intervención en serio”, la urbanística. La que modificó las calles, instaló cámaras de vigilancia, un Banco, un Estadio, la que proyecta la construcción de un mega centro cultural, la que da cuenta de cómo hoy se ejerce gobierno a través de la infraestructura. Así mismo se comenzaron a utilizar los programas sociales y a los investigadores para labores de control e inteligencia, de manera muy similar a lo que hicieron los militares en las dictaduras asociadas al Plan Cóndor según constata Martín Almada. La diferencia radica en que esta última no carga con la vergüenza del desprecio internacional, en tanto se muestra legalmente obscena, democráticamente puesta en ejecución.

Entonces nuevamente volvemos al libro para mirar de frente al pasado e interrogar el presente. El autor nos dice que los Derechos Humanos nacieron luchando contra el Estado represor. No dudamos de aquello y sabemos el valor que tuvo levantar la bandera de los Derechos Humanos para enfrentar a los regímenes del terror. Pero qué pasa cuando el Estado represor es el Estado democrático. Cuando la negación de nuestras formas y lenguajes, de nuestras vidas está en el marco de lo legal, entonces ¡¡¡¿Qué derecho nos asiste?!!! La pregunta se repite una vez más, ¿quién nos salvará de nuestros salvadores?, ¿quién nos defiende del Estado de Derecho? Cuando en nombre del derecho hemos sido violentados sistémica y sistemáticamente, ¿qué sentido puede tener para nuestra generación hablar de Derechos Humanos?

Cuando nuestro lugar es intervenido, cuando nuestras relaciones han sido y son tensionadas, cuando el territorio se encuentra sitiado, cuando se modifica su paisaje y sus calles, cuando tenemos que cambiar nuestras rutas para no ser consultados ni detenidos, cuando han sido allanadas nuestras casas y nuestros cuerpos, cuando nuestro histórico caminar por la calle se hace incómodo, cuando nuestra plaza se nos hace fea, cuando la vida se vuelve patrimonio y se encierra en un museo para ser vista y habitada por turistas, cuando la casa y el trabajo ya no son derechos y son presentados como beneficios y nos sentimos en deuda, cuando nos habita el miedo y los abusos se silencian, entonces no está en juego un listado de derechos y deberes. Cuando no es sólo el territorio el que ha sido intervenido, sino que también y con él se interviene la vida de quienes lo habitamos, entonces no es un listado de derechos, de principios abstractos definidos por otros en otros tiempos y lugares lo que está en juego, sino nuestra forma de vida, nuestra manera de ser y hacer, en otras palabras, el único derecho que está en disputa en esta forma de relación Estado-Mercado-Territorio, en estos procesos de intervención es, para nosotros, el irrenunciable derecho a ser lo que somos.

En este sentido entendemos que no hay ninguna restitución que pedirle al Estado, ya no hay demanda ni pliego de peticiones, ya no hay negociación posible ni con el Cóndor ni con ninguno de sus agentes. La violencia institucional directa desplegada por el Estado Democrático de Mercado en nuestra población y en muchos territorios a lo largo y ancho de América Latina, ha traído consigo el desplazamiento de comunidades y poblaciones enteras, que nuevamente nos vemos arrojados a la periferia, a la pobreza, al olvido, a empezar de nuevo, de cero, otra vez. Esta violencia permanente por parte del Estado Democrático de Mercado nos ha mantenido en la angustia de la deuda, en crisis permanente, sometidos a la urgencia, sin tiempo para recordar, menos aún para imaginar futuros posibles, una relación fundada y sostenida en el terror, un atentado contra nuestro modo de ser, contra el derecho a la identidad cultural de todo pueblo, contra la vida misma.

Ya no se trata de Derechos Humanos, sino de nuestras formas, nuestras memorias, se trata de nuestra autonomía, de nuestras posibilidades de pasado y de futuro, se trata de nosotros, de nuestras vidas.

Como dice Martín Almada “ya no es tiempo de imperios ni colonias, ni de dictaduras militares, mucho menos de permitir que el Cóndor siga volando. Es tiempo de pueblos, de justicia y dignidad”.

Para nosotros, tampoco es tiempo de Democracias ni Mercados. Nunca más carne de huemul. Nunca más inocente carnada, viviendo la muerte, muriendo la vida. Somos la parte desencontrada de lo humano-animal que se vuelve a reunir, somos la vida en peligro de extinción que se rebela, se levanta y se celebra. Por nuestra necesaria autonomía, por nuestra urgente voluntad de vivir, por nuestros muertos de ayer y de hoy, por los que seguimos vivos, por el control de nuestro territorio, de nuestros recursos, de nuestros cuerpos, lenguajes y memorias, la lucha esta desatada. La guerra está declarada

Centro de Interpretación FiSura – La Legua

Presentación del libro “El Cóndor sigue volando”

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