CHILE INSURRECTO EN 2019: EL DERECHO DE VIVIR EN REBELDÍA

Carlos Antonio AGUIRRE ROJAS

 

Miren como nos hablan de libertad, cuando de ella nos privan en realidad, …miren como nos hablan del paraíso, cuando nos llueven balas como granizo.

Violeta Parra, canción “¿Qué dirá el Santo Padre?”, 1963.

 

La insurrección espontánea del pueblo chileno

Cuando el presidente Sebastián Piñera, semanas antes del 18 de octubre de 2019, declaró que Chile era como un “Oasis” de estabilidad, dentro de la convulsionada América Latina, estaba lejos de imaginar lo que pocos días después sucedería en su propio país. Es decir, el estallido social múltiple y espontáneo de todas las clases populares y todos los sectores subalternos chilenos, desplegado en absolutamente todo el territorio de esa extensa faja de tierra que se llama Chile. Una desafortunada declaración del presidente, que es reveladora del alto grado de divorcio que tiene toda la clase política chilena respecto de su propio pueblo, y también, de la enorme insensibilidad de esa degradada y corrompida elite política respecto de la situación social real que vive la inmensa mayoría de su población.

Divorcio profundo e insensibilidad enorme frente al pueblo y a sus sufrimientos cotidianos, que se expresó una vez más en el ridículo “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”, firmado por casi todos los partidos políticos chilenos el 15 de noviembre de 2019, acuerdo que absurdamente propone diferir seis meses, un año, y hasta dos años y medio la solución de las muy urgentes demandas populares, además de “administrar” el conflicto y proponer por enésima vez que sea resuelto desde arriba y por los de arriba, por los políticos y por los ricos, cuando son precisamente ellos los principales responsables de la terrible situación que hoy padecen todos los sectores subalternos de la sociedad chilena.

Grave y terrible situación social del pueblo chileno en general, que es la que explica la masiva y contundente respuesta que toda la gente tuvo al apoyar a los estudiantes que se brincaban los torniquetes del metro, en protesta por el aumento de treinta pesos en el precio de un viaje (aumento de cuatro centavos de dólar aproximadamente). Apoyo que se desencadenó principalmente frente a la brutal represión que esos estudiantes sufrieron por parte de la policía de los carabineros, en respuesta de su acto de protesta, y que casi de inmediato derivó en la irrupción de las diversas y múltiples demandas específicas de cada uno de los diferentes sectores que componen al hoy insurrecto pueblo chileno.

Por eso, uno de los primeros lemas de la rebelión, fue el de la consigna de “No son treinta pesos, son treinta años”, lo que aludía al hecho de que más allá de ese injusto pequeño aumento al precio del transporte, lo que ya era demasiado era la acumulación de ofensas y de agravios en contra de todos los sectores subalternos chilenos, realizados durante las tres décadas del llamado régimen de la “concertación”, por parte de las clases y sectores dominantes de ese país. Porque durante los seis lustros posteriores a la terrible dictadura de Augusto Pinochet, la educación chilena se convirtió en la más cara del planeta, mientras los servicios de salud se degradaban en calidad y subían también de precio, al mismo tiempo en que las pensiones de los jubilados se evaporaban y reducían a casi nada, y los salarios también se encogían considerablemente. Y todo esto dentro de un país que, si solamente renacionalizara sus minas de cobre, como lo hizo en su tiempo Salvador Allende, podría recibir muchísimo dinero, el que sería sin duda suficiente para financiar los cambios económicos urgentes que hoy demanda el conjunto de la población de Chile.[1]

Educación y salud exageradamente caras y malas, y salarios y pensiones ridículamente bajos, que se explican por el hecho de que Chile fue el primer país del mundo en donde se aplicaron las medidas económicas neoliberales, las que además, fueron implementadas por una dictadura militar feroz y sanguinaria, lo que hizo de ese país una suerte de experimento puro y radical de dicho montaje neoliberal. Es decir, un caso extremo donde florecieron los efectos más negativamente neoliberales del planeta, en esos campos mencionados de la educación, la salud, el salario o las pensiones, pero también en el funcionamiento de un Estado desmantelado, ineficaz y fallido, y por ende, más brutalmente represivo, o en la conformación de una clase política parasitaria, puramente decorativa e inútil, o hasta en la proliferación de servicios caros y malos, como en el caso del transporte, entre muchas otras de las expresiones de este neoliberalismo extremo y desmesurado.[2]

Además, y como complemento de este contexto neoliberal extremo, los erráticos y perversos gobiernos de la concertación, igual los de derecha que los de pretendida izquierda, han criminalizado siempre al digno movimiento mapuche, aplicando absurdamente en contra de él una ley antiterrorista. Al mismo tiempo, y como ha sucedido en todo el mundo, también en Chile se ha acendrado y agudizado la violencia machista contra las mujeres, aumentando los abusos, la discriminación en mil formas, y también los trágicos y criminales feminicidios.

Suma terrible de agravios y ofensas de los grupos dominantes chilenos en contra de sus clases populares, que el 18 de octubre de 2019 llegó al punto de ebullición de la “economía moral de las multitudes” chilenas, desencadenando el “¡Ya basta!” de toda la población, a todo lo largo y ancho del amplio territorio chileno.[3]

De este modo, todo Chile reaccionó frente a esos treinta años de agravios y burlas de los gobiernos de la “concertación”, y de las clases dominantes que controlan a estos gobiernos, para apoyar primero a los estudiantes en lucha en contra del aumento al precio del transporte, pero luego y de inmediato, para establecer la agenda social de sus propias y más fundamentales demandas. Y esto lo hizo saliendo masivamente a la calle de modo espontáneo, autoconvocado, y llenando las principales avenidas de todo Santiago, de Valparaíso, de Concepción, de Temuco, y de todo Chile, con masivas y combativas marchas, mítines y manifestaciones, pero también con pintas, con grafitis, con murales, con periódicos murales, lo mismo que con performances, con alegría, con solidaridad, con camaradería, y con una inmensa avalancha de creatividad popular, de sabiduría subalterna y de arte callejero, es decir, del original arte verdadero. Y todas estas enérgicas luchas y protestas, realizadas en medio de risas, cantos, bailes, juegos, parodias y montajes, que nos recuerdan una vez más que la fuente de todas las creaciones sociales realmente relevantes es el pueblo mismo, las clases y los sectores subalternos, o sea el noventa y nueve por ciento de la población explotada, despojada, despreciada y reprimida por el todavía dominante sistema capitalista, en sus expresiones nacionales, y también a nivel mundial.

Vasta y firme protesta popular, que el 25 de octubre de 2019, logró reunir en la Plaza de la Dignidad de Santiago de Chile, antes conocida como Plaza Italia, a un millón quinientas mil personas, movilizando simultáneamente en el resto del territorio chileno a otro millón y medio de gente, dando así la medida de esta verdadera rebelión popular chilena, hoy todavía en curso.

 

Las premisas de la insurrección: los movimientos sociales en Chile

Tal y como ha acontecido con la mayoría de las movilizaciones y los movimientos antisistémicos de los últimos cinco lustros, también la insurrección chilena reciente es una mezcla compleja de elementos claramente espontáneos, con otros elementos derivados de estructuras y de movimientos organizados anteriormente. Porque si las jornadas recientes de lucha de octubre, noviembre y diciembre de 2019, desplegadas en todo el suelo chileno, son un claro conjunto de impresionantes, masivas y combativas movilizaciones sociales de todo el pueblo chileno, y no todavía, un claro movimiento antisistémico global y articulado de ese mismo pueblo, también es cierto que al interior de esas movilizaciones, y como parte de sus protagonistas centrales, convergen varios movimientos sociales chilenos, de diferentes grados de radicalidad, pero también de antigüedad, extensión, grado de organización y de implantación dentro del tejido social, claramente diversos.[4]

Convergencia de varios movimientos y organizaciones anteriormente existentes, provocada por la enérgica acción contestataria y espontánea de todos los subalternos chilenos, que nos permite entender tanto los perfiles y las configuraciones concretas de los modos de protesta en las marchas, mítines, plantones, performances y manifestaciones de las últimas ocho semanas transcurridas, como también la agenda social de las principales demandas de esta vasta y masiva movilización de toda la sociedad chilena en general.

Entonces, el primer movimiento importante que está presente dentro de esta amplia movilización general, es sin duda el movimiento estudiantil chileno, movimiento que es central dentro del conjunto, y no sólo porque fue él quien produjo la chispa inicial que detonó el incendio popular, ni tampoco solamente porque de sus filas salen la mayoría de los combatientes populares de la llamada “primera línea” de la confrontación con los criminales carabineros,[5] sino también y sobre todo, porque es este movimiento estudiantil el que había protagonizado, hasta antes de ahora, las principales protestas sociales masivas en contra de los sucesivos gobiernos de la concertación, escenificando la protesta del “Mochilazo” en 2001, la revolución pingüina en 2006, y la amplia rebelión estudiantil en 2011, la que con su demanda de “Educación gratuita y de calidad”, logró el 4 de agosto de ese mismo año de 2011, sacar a la calle en todo Chile a dos millones de personas descontentas y solidarias con dicha protesta estudiantil.[6]

Movimiento estudiantil que en Chile, igual que en todo el mundo, nació al calor de la revolución cultural mundial de 1968, y que desde entonces y hasta hoy, ha sido un activo y audaz protagonista de todas las protestas sociales rebeldes, a la vez que una fuente nutricia importante de las organizaciones de izquierda y de los movimientos sociales más diversos. Por ejemplo, en Chile, del importante Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), o de las fracciones urbanas (mapurbes) del movimiento mapuche, aunque también, en ocasiones, de líderes que rápidamente se integran a la corrupta clase política chilena, y olvidando su inmediato pasado radical, se reconvierten en vacíos y domesticados políticos “políticamente correctos”.

Un segundo movimiento social, que ha estado también presente en la insurrección reciente del pueblo chileno, es el movimiento indígena mapuche. Lo que, entre muchos otros modos de manifestación, también se hizo evidente en la multitudinaria concentración del 25 de octubre en Santiago de Chile, en la que las banderas que agitaban los manifestantes no eran las banderas de la nación chilena, sino más bien las banderas mapuche, enarboladas tanto por los propios mapurbes o mapuches urbanos, como también por los miles y miles de simpatizantes de su justa y combativa causa. Porque al igual que todos los pueblos indígenas de América Latina, que después del 1 de enero de 1994 y de los saludables efectos que en todos los movimientos indígenas latinoamericanos tuvo el levantamiento neozapatista, también el movimiento mapuche pasó a la ofensiva desde hace dos décadas, en particular, después de los radicales e importantes sucesos de Lumaco del año de 1997.

Con lo cual, y desde su sector más avanzado, el que se ha agrupado en la Coordinadora Arauco Malleco, este movimiento mapuche se ha declarado explícitamente como un movimiento radicalmente anticapitalista, que al fusionar la mejor herencia de la cosmovisión mapuche, leída en clave radical y contestataria, con los mejores aportes de las tradiciones marxistas igualmente críticas y antisistémicas, nos recuerda y no casualmente, a la rica y compleja experiencia del neozapatismo mexicano. Lo que no solamente ubica a esta Coordinadora Arauco Malleco como uno de los movimientos indígenas anticapitalistas más avanzados de Latinoamérica, sino que la convierte también en un potente y protagónico actor de las vastas movilizaciones sociales recientes, actor que además, alimenta la vertiente y el sentido potencialmente antisistémicos y radicales de estas mismas movilizaciones.[7]

El tercer movimiento que se ha hecho presente en la amplia movilización generalizada de los subalternos chilenos, es la llamada “Ola feminista”, la que irrumpió con mucha fuerza hace dos o tres años, y que también le ha impreso su sello a dicha movilización. Pues más allá de que el vistoso y agudo performance del colectivo feminista “Las Tesis” de Valparaíso, escenificado originalmente el 25 de noviembre de 2019 en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, fue replicado, adoptado y adaptado en todo el planeta, está el hecho de que este movimiento feminista chileno ha sido muy activo y ha estado muy presente en las ocho semanas de movilización hasta hoy transcurridas. Presencia evidente y llamativa de las mujeres, que no sólo deriva de que ellas son “la mitad del cielo”, como dijo Mao Tse Tung, sino también de la circunstancia de que en Chile, al igual que en muchas otras partes del mundo, se ha acendrado enormemente en los últimos años la violencia machista, la que abarca desde maltratos, abusos y excesos de todo tipo, hasta el terrible feminicidio. Lo que naturalmente, ha potenciado también la protesta de las mujeres y la respuesta feminista de muchas de ellas.

Respuesta feminista que en sus corrientes más avanzadas, ha superado ya las limitadas posturas del “empoderamiento” de la mujer frente al hombre, y de ubicar al hombre como su enemigo, para asumir en cambio que los verdaderos enemigos, tanto de mujeres como de hombres, son el sistema capitalista mundial todavía vigente, y junto a él, el patriarcado también refuncionalizado en términos capitalistas, los que limitan y empobrecen tanto a las mujeres como a los hombres, al asignarle a cada género absurdos y ridículos roles y funciones sociales hoy ya totalmente insostenibles. Postura feminista inteligente y avanzada, que no casualmente coincide con las posturas de las compañeras neozapatistas respecto de estos mismos problemas.[8]

Además de estos tres movimientos señalados, el volcán chileno hoy activado por la erupción popular, ha relanzado hacia el centro del proscenio a otros movimientos más pequeños en cuanto a su base social, o a otras formas de descontento menos organizadas y menos constantes, como el movimiento en contra de las Administradoras de los Fondos de Pensiones (No +AFP), o las luchas por un sistema de salud barato y de buena calidad, pero también el combate por el aumento de los salarios, por el aumento de las pensiones, o en contra de la escandalosa corrupción tanto de la clase política como de la clase empresarial chilenas.

E igualmente, y en mucho como un resultado directo de la muy vasta y generalizada movilización de todo el pueblo chileno, se han multiplicado por todas partes las Asambleas y los Cabildos de barrios, de territorios, de instituciones, de centros, o de corporaciones de todo tipo, despertando nuevamente el natural e instintivo sentido comunitario que poseen siempre todas las clases populares y subalternas del globo terráqueo, sentido que en cuanto encuentra un espacio propicio, vuelve a generar de manera espontánea y natural las formas de la democracia directa, el funcionamiento dialógico de los debates y las discusiones de los grandes problemas, y las formas de organización horizontales y abiertas, que cada vez más caracterizan a todos los movimientos realmente anticapitalistas y antisistémicos del mundo. Rasgos diversos que materializan ese sentido comunitario, que se hicieron evidentes hace pocos años en todas las rebeliones populares de 2011, incluida la rebelión estudiantil chilena, pero que también caracterizan sin duda a todos los movimientos antisistémicos de América Latina, como el neozapatismo mexicano, o las bases de los Asentamentos y de los Acampamentos del Movimiento de los Sin Tierra brasileño (pero no sus líderes), o como las comunidades indígenas realmente radicales de Bolivia, Ecuador, Colombia, o también Chile, entre otras.

Formas asamblearias y de funcionamiento a partir de la democracia directa, de las extensas bases de la movilización chilena de estos finales de 2019, que nos recuerdan a la Argentina del año de 2002, cuando como se ha dicho, “todo el país era como una inmensa Asamblea”, y cuando las movilizaciones pacificas del pueblo argentino lograron derrocar en un sólo año a cinco presidentes sucesivos, acuñando además la sabia consigna dirigida a la totalidad de su clase política, incluidos desde los partidos de la ultraderecha y la derecha hasta los de las supuestas izquierda y ultraizquierda, de “¡Que se vayan todos, que se vayan todos y que no quede ni uno solo!”.[9]

Sabia consigna de rechazo total a la entera clase política argentina, que hoy ha sido retomada también por el pueblo chileno, el que se ha dado cuenta por enésima vez de lo lejanos que están todos los políticos y todos los partidos políticos chilenos, sin excepción, de la sociedad civil y de los ciudadanos de a pie de ese país. Lo que se hace evidente nuevamente, en la absurda y vacía propuesta del “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”, la que una vez más sería convocada, elaborada y definida, desde arriba y por los de arriba, y organizada y administrada de acuerdo a los tiempos, las componendas, los límites y los sesgos de esos mismos políticos corruptos que no representan a nadie más que a sí mismos, y que no responden a ningún interés social, sino solamente a sus más mezquinos y limitados intereses personales.

Frente a lo cual, el Chile hoy insurrecto debate la opción de reivindicar en cambio una Constitución construida desde abajo y por el pueblo subalterno mismo, la que podría comenzar a discutirse y elaborarse inmediatamente desde las Asambleas y Cabildos de base ya existentes, y de manera paralela a la construcción de una Asamblea Nacional Popular de todos los subalternos de Chile, Asamblea que más adelante podría refrendar y erigir en ley esa nueva Constitución, desde la conformación de un también nuevo gobierno, basado en el principio del “Mandar obedeciendo”.

Porque uno de los desafíos centrales que hoy se plantean a la vasta movilización general y al conjunto de los movimientos sociales de esta insurrección chilena, es el de dar este paso hacia adelante, y entonces oponer al vacío proyecto de su degradada clase política, este proyecto de conformar de inmediato una gran Asamblea Nacional de Asambleas y Cabildos, o Asamblea General Nacional, que construya desde abajo y de inmediato un nuevo gobierno que mande obedeciendo, junto a una nueva Constitución que defina el modo de funcionar del nuevo Chile postcapitalista, sin explotación, sin desigualdad, sin despotismo, sin despojo, sin jerarquías y sin discriminaciones de ningún tipo.

 

Las encrucijadas actuales de la insurrección chilena.

Como lo ha explicado agudamente Walter Benjamin, en sus Tesis sobre la Filosofía de la Historia, cada presente que busca los elementos de su propia autocomprensión esencial, establece para ello conexiones selectivas y diferentes con los respectivos pasados que le anteceden. Lo que significa que, para entender la esencia profunda de esta insurrección popular chilena de finales de 2019, puede ser útil compararla y conectarla no con los sucesos y procesos de los tres trimestres anteriores de 2019, ni con los de los recientes años de 2018, 2017, 2016, etc., sino con otros pasados anteriores y un poco más lejanos. Por ejemplo, con el Chile de 1970-72, y sobre todo el de octubre de 1972 a septiembre de 1973.

Porque pensamos que la tarea que el pueblo chileno está abordando ahora mismo, en estos umbrales del año cronológico de 2020, es la misma tarea que intentaba acometer entre octubre de 1972 y septiembre de 1973, hasta antes del infame golpe de Estado pinochetista. Y esa tarea no es otra que la de la construcción del poder popular de todas las clases y sectores subalternos chilenos, y desde ella, como una perspectiva futura posible, la de la supresión de todo el sistema capitalista en Chile, con su inmensa cauda de explotación, opresión, represión y desigualdad.

Pues si repasamos la historia del gobierno de la Unidad Popular y el papel que dentro de ella tuvo el Movimiento de Izquierda Revolucionaria chileno, veremos que desde 1970 y hasta septiembre de 1972, el MIR impulsó siempre la amplia movilización de las masas, las tomas de fábricas, fundos y territorios, la ampliación progresiva del ‘Área social del Estado’, y la creación de formas de poder local de los trabajadores del campo y la ciudad, que sentaran las bases de un futuro poder revolucionario.

Pero cuando la situación social y política comienza a polarizarse, y comienza a aparecer claramente, a fines de 1972, el riesgo de un golpe de Estado militar en contra del gobierno de Salvador Allende, el MIR radicaliza sus planteamientos y su discurso. Entonces, y haciendo suya la iniciativa de las clases populares mismas, de la creación espontánea que el propio pueblo ha hecho de los Comandos o Consejos comunales en octubre de 1972, como respuesta a los paros patronales y al paro capitalista, el MIR propone generalizar, extender y profundizar esta creación popular, multiplicando esos Consejos o Comandos comunales en todo Chile, y conformándolos como las nuevas formas del poder popular.

De este modo, y durante todo el periodo que va de octubre de 1972 hasta el 11 de septiembre de 1973, el MIR asumirá la consigna de “Crear, crear, crear, poder popular”, promoviendo la expropiación de empresas, industrias, campos y territorios, e impulsando la gestación de una “Asamblea del Pueblo” que sustituya al propio Parlamento, Asamblea apoyada en los cientos y miles de Asambleas permanentes de fábricas, oficinas, liceos, escuelas, fundos y poblaciones, y también en los Comités Coordinadores Comunales, que agrupan y coordinan a los Comités de Vigilancia y Autodefensa, a las Juntas de Vecinos, a las Juntas de Abastecimiento Popular, a los Centros de Madres, a las Organizaciones de Estudiantes, y a un largo etcétera de estructuras asamblearias de base que entonces prosperan y proliferan por todo el tejido de la activa y combativa sociedad chilena de aquellos tiempos.[10]

Observando entonces con cuidado este año de 1973 en la historia de Chile, y comparándolo con la situación actual de la insurrección chilena de 2019, es inevitable recordar también el año de 1917 en la historia de Rusia. Porque igual que Lenin asumió esa creación espontánea y desde abajo gestada por el pueblo ruso, que fue la organización de los Soviets de Obreros, Campesinos y Soldados, descubriendo en ella las formas del genuino poder popular, y también las bases principales de la situación de la dualidad de poderes que entonces vivía el proceso de la revolución rusa, así también el MIR recuperó la creación espontánea y desde abajo de los Consejos Comunales de los Trabajadores chilenos, impulsándolos como formas y embriones del poder popular, y también como figuras de la situación del doble poder que vivió Chile en ese año de 1973. Porque en ambas historias, la encrucijada principal que se planteaba al pueblo ruso y al pueblo chileno respectivamente, era la de potenciar, consolidar y estructurar más orgánicamente ese poder popular de los subalternos, para entonces pasar a la ofensiva, y derrocando a los poderes burgueses dominantes, sustituirlos con ese nuevo poder popular recién conformado. Una encrucijada central, que aunque sea de una manera muy incipiente y germinal, parece dibujarse también ahora en este Chile insurrecto de las vísperas del año 2020. Y si en el caso de Rusia, esa encrucijada abrió el camino a la imponente experiencia de la revolución rusa de 1917-1927, luego tristemente desmontada, desconstruida y anulada por el stalinismo,[11] en el caso de Chile dicha encrucijada fue atajada y reprimida brutalmente por el infame golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

Pero la historia es testaruda, y trabaja siempre tenazmente por caminos complejos, a veces ocultos y subterráneos, pero no por ello menos eficaces ni poderosos. Pues ese umbral abierto por el MIR y por el pueblo chileno en 1973, que alcanzó a vislumbrar la posibilidad real de “tomar el cielo por asalto”, no desapareció para nada de la contramemoria subalterna de las clases y los sectores populares chilenos, alimentando constantemente a todas las rebeliones, protestas, movilizaciones y movimientos del pueblo chileno, durante los últimos nueve lustros transcurridos. Y también, naturalmente a la actual insurrección de estos finales de 2019. Porque dada la amplitud territorial, la masividad, y también la gran diversidad de sectores, grupos, clases y movimientos que hoy confluyen en esta rebelión general de todo el pueblo chileno, pensamos que una vez más comienza a esbozarse la pregunta respecto de la posible conformación más orgánica, consciente y sistemática, del poder popular de los subalternos en Chile. El que se perfila ya en las decenas y centenas de Asambleas y Cabildos que proliferan en todo el territorio, y que con su activa deliberación y acción constantes, han mantenido viva la protesta y la movilización por ya más de dos meses continuos.

Sin embargo, si la tarea de construir el poder popular, y desde él destruir y superar al capitalismo, sigue siendo tan vigente y urgente como en 1917 y en 1973, en cambio los modos y las estrategias para organizar ese poder popular, y para enfrentar eficazmente y eliminar totalmente al capitalismo, se han modificado profundamente. Porque después de la revolución cultural mundial de 1968, comenzó lentamente a caducar la estrategia del cambio social radical basada en la construcción de un Partido de vanguardia altamente centralizado, jerarquizado y vertical, que encarnando la consciencia lúcida de todo el proceso histórico, dirigía a las masas populares hacia la victoria. En cambio, y a diferencia de esa estrategia pre-1968, que fue totalmente válida y legítima hasta 1968, las nuevas condiciones del actual capitalismo mundial en su etapa de crisis terminal, imponen también nuevas formas de lucha y una nueva estrategia global, en la que una red de resistencias plural y múltiple, estructurada de manera horizontal y desconcentrada, y en la que ningún grupo, individuo, sector o movimiento hegemoniza a los demás, ni tampoco los homogeneiza, lleva a cabo, simultáneamente, múltiples luchas diversas en todos los frentes posibles de la resistencia anticapitalista, y también acciones coordinadas de todos los miembros de esa red de resistencias. Luchas diversas y acciones coordinadas que, por acumulación de miles de pequeñas heridas infligidas al capitalismo, y de miles de pequeñas o de grandes victorias obtenidas en estas luchas anticapitalistas, terminan por hacer colapsar al entero sistema capitalista, primero a nivel nacional y después a nivel mundial.

Modo radicalmente diverso de crear el poder popular y de enfrentar y eliminar al capitalismo, que ha sido generado y defendido por los nuevos movimientos antisistémicos de todo el mundo y también de América Latina, como por ejemplo por el neozapatismo mexicano,[12] pero también por los sectores autonomistas radicales de los piqueteros argentinos, o por las bases aunque no por los líderes del Movimiento de los Sin Tierra brasileño, lo mismo que por los indígenas radicales y realmente anticapitalistas del Movimiento Pachacutik de Bolivia, del sector amazónico de la CONAIE ecuatoriana, o de la propia Coordinadora Arauco Malleco de Chile.

Formas horizontales, dialógicas, no hegemonizantes ni homogeneizantes de organizar la lucha y los movimientos, que de modo espontáneo se ha reproducido también en la actual rebelión del pueblo chileno, la que funciona de manera horizontal, desde los métodos de la democracia directa, y apoyada en las estructuras de las Asambleas y Cabildos, para exigirle al poder y a los poderosos de Chile la satisfacción de sus principales demandas.

 

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El gobierno de Sebastián Piñera y las clases dominantes chilenas están realmente asustados y preocupados frente a la amplitud, la masividad, la fuerza, la determinación, la diversidad y el coraje rebeldes mostrados por el pueblo chileno en los dos últimos meses. Por eso, oscilan entre proponer o conceder pequeños cambios cosméticos e insustanciales, como los magros aumentos de las pensiones y los salarios, o la ridícula propuesta del Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, y de otra parte intensificar la represión y el terrorismo en contra de los sectores y grupos insurrectos, llegando hasta el sádico uso de una cierta variante del gas pimienta, o aprobando leyes absurdas para justificar su persecución política a los militantes populares, lo mismo que agitando incluso el espantajo de la amenaza de un nuevo golpe militar.

Y eso es porque, en un lapso muy breve, la insurrección de octubre-diciembre de 2019 ha logrado movilizar a todo el pueblo chileno, creando los embriones de un posible poder popular de todos los subalternos, y definiendo una agenda social que, asumida radicalmente, podría más adelante encaminar a esta vasta movilización popular por una senda genuinamente anticapitalista y antisistémica. Aunque es claro que existe siempre el riesgo de un camino contrario, en el que esta masiva e imponente movilización general comience a decaer y refluya, aceptando una vez más la usurpación de la inútil clase política chilena, la que en este escenario se apropiaría la demanda de una nueva Constitución, y realizaría un proceso en el que al final quedaría en pie la misma constitución pinochetista actual, sólo levemente remozada y maquillada, y en la que las clases dominantes irían otorgando pequeñas e irrelevantes concesiones a cuentagotas, mediante minúsculos e insustanciales cambios en la educación, las pensiones, la salud y los salarios, como los que ya han desarrollado en el pasado los sucesivos gobiernos de la concertación, tanto de supuesta izquierda como de derecha, en los últimos treinta años.

Pero por ahora la moneda está todavía en el aire. Y Chile está hoy, sin duda alguna, en una de las posiciones de vanguardia dentro de las actuales luchas sociales de toda América Latina. Y el modo en que esta moneda caiga, definirá el futuro general de la sociedad chilena para las próximas tres o cinco décadas por venir. Entonces, y desde la rica experiencia de la contramemoria popular chilena, que atesora y mantiene vivas las principales herencias del MIR, junto a la potencia hasta hoy acumulada por los más activos y combativos movimientos chilenos recientes, el movimiento estudiantil, el movimiento mapuche, el movimiento feminista, el movimiento barrial y territorial, unidas a la fuerza y poder de los tradicionales e importantes movimientos obreros y campesinos, seamos tenazmente optimistas, recordando la sabia sentencia de Jules Michelet: “Creo en el futuro, porque yo mismo participo activamente en su propia construcción”.

 

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23 de diciembre de 2019.

[1] Sobre este punto, cfr. Julián Alcayaga, “El cobre y el financiamiento de las demandas sociales”, en el sitio en internet América Latina en Movimiento, en https://www.alainet.org/es/articulo/203932.

[2] Sobre este contexto neoliberal extremo del caso chileno, cfr. la entrevista al historiador Sergio Grez, “Esta vez el poder se siente realmente amenazado”, en El Ciudadano, año 15, núm. 237, nov. de 2019, pp. 8-9.

[3] Sobre este concepto fundamental de la “economía moral de la multitud”, cfr. Edward P. Thompson, Costumbres en común, Ed. Crítica, Barcelona, 1995, y Carlos Antonio Aguirre Rojas, “Edward Palmer Thompson y la ‘economía moral de la multitud’ en el mundo del siglo XXI”, en el libro De Carlos Marx a Immanuel Wallerstein. Nueve Ensayos de Historiografía Contemporánea, Ed. Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago de Chile, 2010, pp. 191-228, y “Edward Palmer Thompson en América Latina: sobre la economía moral de las multitudes latinoamericanas”, en Autoctonía, vol. III, núm. 1, enero-junio de 2019.

[4] Sobre la diferencia de caracterización entre una movilización social y un movimiento social, y sobre sus principales implicaciones, cfr. Carlos Antonio Aguirre Rojas, “Planeta Tierra, los movimientos antisistémicos hoy”, que es el Prólogo del libro de Immanuel Wallerstein, Historia y dilemas de los movimientos antisistémicos, Ed. Contrahistorias, México, 2008, y también Antimanual del buen rebelde, Ed. Quimantú, Santiago de Chile, 2015.

[5] Sobre esta “primera línea” de los combates callejeros, y sobre su modo logístico de actuar y de enfrentar a los infames criminales carabineros, cfr. Camilo Cáceres, “Crónica de la Primera Línea: una batalla de David contra Goliat”, en The Clinic, 7 de noviembre de 2019, p. 23. Y es importante subrayar que el comportamiento extremadamente brutal y criminal de esos carabineros, que tiran directamente a la cara y a los ojos de los manifestantes, se hizo posible por el hecho de que Sebastián Piñera decretó el “Estado de Emergencia”, después de declarar que este conflicto social era una “guerra”, lo que dio manos libres y permiso de impunidad total a dichos carabineros. Pero se trata de un verdadero crimen que ha causado asombro y escándalo en el mundo entero, razón por la cual Piñera, que además tiene menos del 5% de aprobación de los chilenos, debería de renunciar de inmediato.

[6] Sobre el movimiento estudiantil chileno de 2011, cfr. Raúl Zibechi, “Chile: otra educación es posible”, y Joana Salem Vasconcelos, “Sobre el movimiento estudiantil chileno de 2011”, ambos textos incluidos en Contrahistorias, núm. 18, México, 2012. Véase también la revista Diatriba. Revista de Pedagogía Militante, núm. 1, Ed. Quimantú, Santiago de Chile, noviembre de 2011.

[7] Sobre la historia general del movimiento mapuche, cfr. Fernando Pairican, Malon. La rebelión del movimiento mapuche 1990-2013, Ed. Pehuén, Santiago de Chile, 2014, libro muy interesante aunque con conclusiones muy poco radicales y muy discutibles, de las que nosotros diferimos completamente. Sobre la Coordinadora Arauco Malleco, cfr. la “Declaración de Principios de la CAM”, en Contrahistorias, núm. 25, 2016, y Héctor Llaitul y Jorge Arrate, Weichan. Conversaciones con un weichafe en la prisión política, Ed. Ceibo, Santiago de Chile, 2012. Sobre el contexto más general de las luchas indígenas actuales en América Latina, cfr. Carlos Antonio Aguirre Rojas, Movimientos antisistémicos y cuestión indígena en América Latina, Ed. Quimantú, Santiago de Chile, 2018.

[8] Sobre este tema en general, cfr. Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Ed. Anagrama, Barcelona, 2000. Sobre la postura de las mujeres neozapatistas, vale la pena ver sus distintos discursos incluidos en el libro El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista I. Participación de la Comisión Sexta del EZLN, Ed. EZLN, México, 2015, y sobre el grupo feminista de “Las Tesis”, cfr. el periódico The Clinic, 5 de diciembre de 2019.

[9] Sobre esta proliferación de Asambleas y Cabildos de todo tipo, en todo el territorio chileno, cfr. el artículo “Calle, Asambleas y Cabildos”, de Margarita Iglesias y Ximena Valdez, en el periódico Le Monde Diplomatique, núm. 213, año XX, diciembre de 2019, pp. 10-11. Respecto de este punto, es interesante también revisar los trabajos del historiador Gabriel Salazar, quien plantea la tesis de que en Chile habría una fuerte tradición histórica, que podríamos nosotros calificar de verdadera larga duración, de funcionamiento asambleario popular y de gestación del poder popular constituyente, tradición que se habría hecho presente tres veces en los siglos XIX y XX, y que aparecería nuevamente hoy. Sobre esta tesis, cfr. Gabriel Salazar, En el nombre del poder popular constituyente (Siglo XXI), Ed. LOM, Santiago de Chile, 2016, El poder nuestro de cada día, Ed. LOM, Santiago de Chile, 2016, y la entrevista “El tipo de Asamblea Constituyente que se propone, no representa realmente la voluntad soberana del pueblo”, en el periódico El Ciudadano, año 15, núm. 238, diciembre de 2019, pp. 4-6.

[10] Sobre este papel del MIR en el periodo de 1970-1972, y luego de octubre de 1972 a septiembre de 1973, cfr. los textos de Miguel Enríquez reunidos en el libro Miguel Enríquez y el proyecto revolucionario en Chile. Discursos y documentos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Coedición del Centro de Estudios Miguel Enríquez-Ed. LOM, Santiago de Chile, 2004. Véanse también el folleto Chile. Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Textos escogidos 1970-1975, Ed. del MIR, Santiago de Chile, 1978, y el folleto En el camino del poder popular, folleto núm. 1 de la “Serie del Poder Popular”, Ediciones El Rebelde, Santiago de Chile, agosto de 1973, donde los discursos originales de Miguel Enríquez presentan ligeras variantes, a veces importantes, respecto de las transcripciones incluidas en el libro recién citado.

[11] Sobre esta trágica suerte de la revolución rusa de 1917, y sobre su ulterior involución histórica, cfr. Carlos Antonio Aguirre Rojas, “La revolución rusa en el espejo de la larga duración”, en Revista de Historia y Geografía, núm. 37, Ed. Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago de Chile, noviembre de 2017.

[12] Sobre esta nueva estrategia para la revolución social radical, que se ha desarrollado después de 1968, y que ahora es defendida y promovida entre otros movimientos antisistémicos del mundo, también por el neozapatismo mexicano, cfr. Carlos Antonio Aguirre Rojas, Mandar Obedeciendo. Las lecciones políticas del neozapatismo mexicano, Ed. Quimantú, Santiago de Chile, 2015, y La tierna furia. Nuevos ensayos sobre el neozapatismo mexicano, Ed. Quimantú, Santiago de Chile, 2019.

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