Movimiento de Izquierda Revolucionaria
Coyunturas, documentos y vivencias. TOMO III: 1973-1980
Carlos Sandoval Ambiado
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La vertiginosidad del período pre-revolucionario insistía en pulsar nuestros pies. El contacto, la propa callejera, la seña y la contraseña se convirtieron en marcas de nuestros pensar. Había que construir partido, mejor dicho re-construirlo, al paso que fortalecíamos la resistencia popular. Había que eludir los controles masivos, las detenciones en medio de una carretera por parte de milicos que yacían semi-escondidos en una pigmea vegetación. Esperábamos con ansias el informe de “arriba”, la SIPONA era nuestro nutriente, nuestra savia vital. De ella podíamos sacar la “verdad” de lo que estaba ocurriendo. “La CP… ¡lo dijo!” era la forma de cerrar, de cauterizar, cualquier duda.
Muchas veces dijimos “me salió un punto con los compañeros socialistas. Quieren información y organizarse”. La información entregada (“para arriba”) era parte de la cuenta política que dábamos ufanos y convencidos de la indudable victoria.
Seguíamos postergando la cotidianeidad. No. Más bien insistíamos en convertir lo extraordinario, lo excepcional, en algo cotidiano. Que sabíamos de la caída de un compañero y frente a ese hecho sacábamos los cálculos de relaciones del capturado para ver si los equipos represores se nos acercaban. “Aún los tengo lejos”… nos dijimos en más de una ocasión. Más aún… insistíamos “el compañero es dirigente… no hablará… seguro que caerá combatiendo”. Es que estábamos en guerra, una guerra que… ¿no queríamos?
La creatividad del militante de base era directamente proporcional a la carencia de recursos y a la precariedad orgánica. Se expresó de múltiples formas, en Santiago, en provincias e incluso en pueblos pequeños. Los casos son múltiples, dramáticos e incluso graciosos. Para desplazarse a cumplir con la tarea se ocupaban múltiples medios; sin ser masiva la opción, la bicicleta tuvo su buen cometido (no olvidemos a Tormes y a Guajardo) en los desplazamientos clandestinos.
No menos creativo fue aquel resistente de Concepción que, al no tener la posibilidad de contar con la señal de contacto (un pan de molde), optó por envolver con papel celofán un grueso listón y escribir en su exterior “pan de molde” y esperar en la esquina pre-acordada el contacto con la gente de arriba.
Más de algún militante desplegó ingenio, tanto para auto sostenerse económicamente como para cumplir sus faenas partidarias, instalando un pequeño almacén de barrio que además serviría como buzón. Tampoco estuvo ausente en este mirista el ingenio tramposo de pesar el pan y bautizar la leche, arte aprendido de su padre que había sido lechero.
No menos novedoso fue el estudiante-militante (soñador de la sociología) que trataba de ser un eximio vendedor ambulante recorriendo populosas calles ofreciendo su mercadería a pago semanal. Más suerte tuvo ese mirista que logró colarse en una empresa de servicio estatal y que no sólo aseguró su supervivencia, sino que además logró un status más o menos reconocido y aceptado por la sociedad, de modo que su accionar –como miembro de la resistencia y militante del MIR– tuvo más de posibilidades de pasar inadvertido a los ojos persecutores de la DINA.
En todas estas experiencias hubo poco (o nada) de manuales guerrilleros, instructivos de la CP o escuelas de formación. Concurrió, más bien, la experiencia de vida, la riqueza del sentido común. No estuvo presente el sentido épico que, supuestamente, le imprimían los miristas a la lucha de resistencia antidictatorial. Primó lo cotidiano o, al menos entre algunos militantes se procuró normalizar la vida recurriendo a actividades y formas de vida que fueran habituales en la sociedad popular chilena.
Es bueno conocer esta cara del MIR, porque en esta organización política su accionar no fue sólo épico. También brotó entre los militantes la picardía, el ingenio, la simpleza, lo cotidiano.

Carlos Sandoval Ambiado

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Movimiento de Izquierda Revolucionaria
Coyunturas, documentos y vivencias. TOMO III: 1973-1980
Carlos Sandoval Ambiado

La vertiginosidad del período pre-revolucionario insistía en pulsar nuestros pies. El contacto, la propa callejera, la seña y la contraseña se convirtieron en marcas de nuestros pensar. Había que construir partido, mejor dicho re-construirlo, al paso que fortalecíamos la resistencia popular. Había que eludir los controles masivos, las detenciones en medio de una carretera por parte de milicos que yacían semi-escondidos en una pigmea vegetación. Esperábamos con ansias el informe de “arriba”, la SIPONA era nuestro nutriente, nuestra savia vital. De ella podíamos sacar la “verdad” de lo que estaba ocurriendo. “La CP… ¡lo dijo!” era la forma de cerrar, de cauterizar, cualquier duda.
Muchas veces dijimos “me salió un punto con los compañeros socialistas. Quieren información y organizarse”. La información entregada (“para arriba”) era parte de la cuenta política que dábamos ufanos y convencidos de la indudable victoria.
Seguíamos postergando la cotidianeidad. No. Más bien insistíamos en convertir lo extraordinario, lo excepcional, en algo cotidiano. Que sabíamos de la caída de un compañero y frente a ese hecho sacábamos los cálculos de relaciones del capturado para ver si los equipos represores se nos acercaban. “Aún los tengo lejos”… nos dijimos en más de una ocasión. Más aún… insistíamos “el compañero es dirigente… no hablará… seguro que caerá combatiendo”. Es que estábamos en guerra, una guerra que… ¿no queríamos?
La creatividad del militante de base era directamente proporcional a la carencia de recursos y a la precariedad orgánica. Se expresó de múltiples formas, en Santiago, en provincias e incluso en pueblos pequeños. Los casos son múltiples, dramáticos e incluso graciosos. Para desplazarse a cumplir con la tarea se ocupaban múltiples medios; sin ser masiva la opción, la bicicleta tuvo su buen cometido (no olvidemos a Tormes y a Guajardo) en los desplazamientos clandestinos.
No menos creativo fue aquel resistente de Concepción que, al no tener la posibilidad de contar con la señal de contacto (un pan de molde), optó por envolver con papel celofán un grueso listón y escribir en su exterior “pan de molde” y esperar en la esquina pre-acordada el contacto con la gente de arriba.
Más de algún militante desplegó ingenio, tanto para auto sostenerse económicamente como para cumplir sus faenas partidarias, instalando un pequeño almacén de barrio que además serviría como buzón. Tampoco estuvo ausente en este mirista el ingenio tramposo de pesar el pan y bautizar la leche, arte aprendido de su padre que había sido lechero.
No menos novedoso fue el estudiante-militante (soñador de la sociología) que trataba de ser un eximio vendedor ambulante recorriendo populosas calles ofreciendo su mercadería a pago semanal. Más suerte tuvo ese mirista que logró colarse en una empresa de servicio estatal y que no sólo aseguró su supervivencia, sino que además logró un status más o menos reconocido y aceptado por la sociedad, de modo que su accionar –como miembro de la resistencia y militante del MIR– tuvo más de posibilidades de pasar inadvertido a los ojos persecutores de la DINA.
En todas estas experiencias hubo poco (o nada) de manuales guerrilleros, instructivos de la CP o escuelas de formación. Concurrió, más bien, la experiencia de vida, la riqueza del sentido común. No estuvo presente el sentido épico que, supuestamente, le imprimían los miristas a la lucha de resistencia antidictatorial. Primó lo cotidiano o, al menos entre algunos militantes se procuró normalizar la vida recurriendo a actividades y formas de vida que fueran habituales en la sociedad popular chilena.
Es bueno conocer esta cara del MIR, porque en esta organización política su accionar no fue sólo épico. También brotó entre los militantes la picardía, el ingenio, la simpleza, lo cotidiano.

Carlos Sandoval Ambiado

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Carlos Sandoval Ambiado

Profesor de Historia y Geografía e historiador especializado en Historia Popular y del Movimiento Obrero. Nacido en Penco, Concepción, hijo de dirigente obrero. Desde joven estuvo ligado a las luchas populares de la zona. Realizó simultáneamente estudios superiores en la Universidad Técnica del Estado y la Universidad de Concepción. Fue detenido a fines del año 75, debiendo salir con destino a Alemania Federal, donde fue becado para continuar sus estudios en la Universidad Karl Ruprecht, Heidelberg. Regresó al país para sumarse a la lucha por la democracia a inicios de la década del ’80.
Culminó sus estudios en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Cuenta con el grado académico de Magister en Educación (Universidad Diego Portales) y Doctor en Procesos Sociales y Políticos con mención en Historia (Universidad ARCIS)
Se ha desempeñado como profesor en la Universidad Los Lagos (Campus Santiago) y Universidad del Mar. Actualmente imparte clases en la Universidad de Viña del Mar.

Es autor de las obras “Carbón: cien años de historia”; “De Subterra a Subsole: el fin de un ciclo”; “MIR: una historia”; “Movimiento de Izquierda Revolucionaria. 1970-1973. Coyunturas, Documentos y Vivencias”; Movimiento de Izquierda Revolucionaria. 1973-1980. Coyunturas y Vivencias”. Además ha escrito varios artículos entre los que destacan “Educación Popular en Movimiento en América Latina: ¿Paradigma Replicable?, Revista América Latina, Universidad ARCIS. “Revolución Pingüina: Testimonios y Reflexiones desde el Futuro”. Revista Movimientos Sociales, Escuela de Historia Social, Universidad Bolivariana.

Y tú, ¿Qué dices?

JOSE (04 Ago 2018) —DONDE COMPRAR LOS TUS LIBROS

Quimantu (11 Sep 2018) —Hola, medio tarde nos dimos cuenta de tu comentario, pero si vas al final de la página están todos los lugares en donde se venden nuestros libros :)