Las estrellas del 68

El 68 se niega a ser fecha investigada por la academia, no quiere ser clasificada o codificada ni tener un inicio exacto. Los que la sintieron en pleno cuentan que sucedió un día, otros unas semanas, otros meses, mientras que los más viejos hablan de varias décadas; lo cierto es que dejó un perfume de revueltas que emana de fotografías, discursos, calles, posters, música y leyendas que no se disolvieron ni con napalm, invasiones, y toda la represión del mundo; y que, ciertamente quienes aspiramos ese perfume, quedamos un poco locos.

El 68 fue sucediendo al grito de la tierra, mientras el firmamento se ponía patas pa arriba en el universo, acá abajo, las muchedumbres se negaban a lo que les habían impuesto por milenios.

El 68 amaneció un día en África, la otra semana en el sudeste asiático, y al año estaba clareando en América Latina, asoleando y descubriendo a los invisibles, a los que no existían, pero que empezaron a mostrarse desde aldeas, terruños, ciudades, tomas, islas, en miles y millones. Así lo decía Fidel en la Segunda Declaración de La Habana en febrero de 1962:

Treinta y dos millones de indios vertebran —tanto como la misma Cordillera de los Andes— el continente americano entero. Claro que para quienes lo han considerado casi como una cosa, más que como una persona, esa humanidad no cuenta, no contaba y creían que nunca contaría. Como suponía, no obstante, una fuerza ciega de trabajo, debía ser utilizada, como se utiliza una yunta de bueyes o un tractor.

Una ola gigante, o sucesivas olas rompían las costumbres con su espuma y sumergían a las multitudes con una feroz humedad de dignidad que los revivía.

Como realismo mágico, lo sintió la pluma de Gabriel García Márquez, que entre espíritus y sangre, deletreaba la existencias de un modo otro.

Y emergía con fuerzas el pueblo de Vietnam que luchaba y no cedía frente al imperio, mientras las portadas mostraban a la pequeña del napalm, Kim Phuc, desnuda corriendo entre los bombardeos norteamericanos.

“A CREAR UNO, DOS, TRES… MUCHOS VIETNAM” proclamaba la voz ronca del Che en esos años.

Y un poeta salvadoreño, un tal Roque Dalton, escribía:

…los que nunca sabe nadie de dónde son, los mejores artesanos del mundo, los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera, los que murieron de paludismo de las picadas del escorpión o de la barba amarilla en el infierno de las bananeras, los que lloraran borrachos por el himno nacional bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte, los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta, los que apenitas pudieron regresar, los que tuvieron un poco más de suerte, los eternos indocumentados

Por los mismos años en que la cúpula acribillaba a Roque Dalton y a la dirigenta del movimiento revolucionario salvadoreño –la comandante Ana María o Mélida Anaya Montes– con tanques invadía Checoslovaquia, en Francia y Europa, los adoquines pisados por siglos, cobraron vida, y se salieron de madre, saltaron, comenzaron a volar y se despercudieron por los aires dando sobre los uniformados, levantando barricadas, y aplastando todo lo plano que había en el camino.

Pero también ocurrió en Illapel, un pueblo perdido entre los cerros transversales del Norte Chico de Chile, ahí llegó un día el 68 y se posó en las alpargatas y pantalones de Bernardo del Tránsito Cortes Castro, que inspirado agarró sus pinceles y pintó la tela con flores y colores para ir a bailar a la fiesta del agua y la primavera con su amigo Alonso Lazo Rojas, y colores y poncho se fueron de carnaval a la plaza, los dos eran estudiantes e hijos de obreros de la planta procesadora de metales ENAMI del pueblito. Bernardo tenía 15 y Alonso 18.

Por esos mismos años renacía el Che en Bolivia, y por Chile los estudiantes de la UC colgaban un lienzo en el frontis de la Universidad, en plena Alameda que decía: “CHILENO: EL MERCURIO MIENTE”, era la reforma universitaria que comenzaba a poner sus pies en las calles de la Alameda.

Y en la costa, Bernardo, al ritmo de mujer de magia negra de Carlos Santana, se perdía en una noche de lujuria estrellada, experimentando el sexo húmedo entre las arenas de la playa de Pichidangui con su amada Moni. Y Alonso, más conocido como el negro Lazo, después de ver Woodstock en la galucha del cine, se iba de dunas, revolcándose con su trasero y el de su compañera en las arenosas playas de los Vilos, entre oleadas de espasmos y aire marino. Así lo contaron care palo y care raja un día en las tertulias nortinas de su grupo literario, los dos eran poetas, soñadores y andaban tras el destino, que también los buscaba. En ese norte pequeño y reseco todo empezaba, por esos sesenta y ocho a renacer, aparecía el grupo literario Aquelarre, el cual fue tomado literalmente por una quincena de jóvenes poetas, pintores, y actores, mientras en la plaza los grupos de la Canción Illapelina hacían resonar bombos, zampoñas, y guitarras a través del Charrusco, la chica Rosa, el Pancho Valdivia, Cotelo.

Mientras que en otra plaza, la de armas de Santiago la iglesia joven se tomaba la Catedral y los feligreses revolucionarios colgaron un gran lienzo en su frontis, de torre a torre en que se leía “Por una Iglesia junto al pueblo y su lucha”. Y por las entradas de la capital se reproducen tomas de campamentos, y lejos, por unos cerros de la comuna de la Reina, una mujer que se escuchaba en la radio Chilena, Violeta Parra, que al fin lograba instalar su carpa en la “punta del cerro” de la Comuna de la Reina, donde cantarían Víctor Jara, Margot Loyola, Quelantaro, el Pato Manns.

En los setenta por fin llega Allende a la Moneda, y Bernardo y Alonso desde los cerros de Illapel tienen clarito que el Chicho Allende no la tenía fácil, solo contaba con el poder ejecutivo por arriba, y sí el gobierno se quedaba en reformas y no avanzaba junto a su pueblo terminaría arrinconado y abatido. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, quiere hacer una verdadera revolución en Chile, por esos lares igual llegaban documentos políticos, y es ahí donde empiezan a soñar que todo es posible, que la historia está pal lado del pueblo, y que se puede construir otro Chile, con los postergados de siempre, los pobres de la ciudad y el campo, el país igualitario el justo, el socialista. Bernardo y Alonso entran a militar, la literatura, las clases de historia y social, decían que la historia estaba de nuestro lado.

Los teatros, las calles, los cines, los festivales, las concentraciones están repletas, la estatal editorial Quimantú imprime e imprime millones de libros, la gente requetecontra lee. Hay una revolución cultural y política en la vida diaria, en la cotidiana, en las amanecidas y en las esquinas, en el barrio, en la fábrica, en las universidades, en la calles, y también en los café.

Pero la burguesía chilena es de piel clasista, arribista, cínica, odiosa, fría, la burguesía tiene sus partidos y sus políticos calculadores, egoístas, pechoños y malditos. Toda su historia la ha pasado golpeando cuarteles. La burguesía chilena no puede soportar a los rotos venidos a upelientos, vengan a tomarse los espacios, a tener participación, menos democracia, y mucho menos, hacerse de las fábricas, los terrenos, los campos. Y la DC termina cerrándole los caminos al Chicho, y busca aliados afuera, en los EEUU.

Allende cede, luego cede un poco más, la sedición le dobla la muñeca y le rompe las líneas de la mano.

Se quema la Moneda, se queman libros en las calles, se quema a la gente.

La represión se extiende por el norte y por el sur. Todos sabemos de esa historia.

En el Norte Chico Bernardo del Tránsito Cortés Castro, poeta y pintor, para entonces estudiante para profe en la Universidad de Chile de La Serena, fue apresado, torturado y desaparecido en el regimiento Arica de La Serena.

Meses después en Copiapó el dirigente, el resistente Alonso Lazo Rojas de 23 años, estudiante para profe de la U. de Chile de La Serena fue apresado, torturado y desaparecido en el regimiento de Copiapó.

Pero en el Sudeste Asiático la llama de la lucha no se extingue, guerrilleros trasformados en bambú y montes se acercan centímetro a centímetro al campamento de los mismos agresores yanquis, la paciencia asiática y su camuflaje los hace invisibles; hojas, guerrilleros y árboles van cercando al invasor, pareciera que siempre estuvieron ahí, hasta que en un momento, atacan. Es el año nuevo lunar de 1968, es decir, el principio del fin de la ocupación del imperio más poderoso de la tierra, la ofensiva del Tet.

Siete años más tarde, el 30 de abril de 1975, los pequeños vietnamitas con sus cascos de fibras vegetales, sandalias con caucho de neumático y fusiles AK 47, finalmente se toman el palacio de Saigón, derrotando y expulsando a los agresores norteamericanos.

En América Latina se resiste y se lucha, en Nicaragua, el Salvador, Colombia, Bolivia, Granada.

Y un 1 de enero de 1994 en Chiapas el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional se alza en armas y los indígenas se le hablan al mundo:

El poder nos teme. Por eso nos persigue y nos cerca. Por eso nos encarcela y nos mata.

En realidad somos una posibilidad que lo puede derrotar y hacerlo desaparecer.

Tal vez no somos muchos, pero somos hombres y mujeres que luchamos por la humanidad,

Que luchamos contra el neoliberalismo.

Somos hombres y mujeres que luchamos en todo el mundo.

Somos hombres y mujeres que queremos para los cinco continentes:

¡Democracia! Libertad! Justicia!”.

Estalla la Guerra del agua en Bolivia, hay levantamientos en Argentina, Ecuador, Venezuela, la Araucanía.

Así, el siglo 21 se va abriendo como la rosa de los vientos, violento, tempestuoso, con un perfume de rocío que viene de lejos, del 68, con pasión, movimientos, araucarias, selvas, barriadas y laberintos, las ignoradas y los ignorados del campo, la ciudad, la sierra, la pampa, las montañas, se les ve desde miles de partes, que nos cruzan, y pues hermano, viene clareando la noche de Valderrama, donde las nadie afinan su voz con la madrugada, y la neblina dibuja despacito las montañas, pero ahora, con la sabiduría de la Domitila y el Viejo Antonio.

Mario Ramos

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